Diario de León

TRIBUNA

Los derechos como negocio

Publicado por
VÍCTOR CORCOBA HERRERO ESCRITOR
León

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EL ARTE DE VIVIR bien y ser dichoso también vale su precio en oro. Los derechos humanos se pierden sepultados por intereses de mercado y por oportunistas sin escrúpulo alguno. Hablemos de España. Aquí también la persona se devalúa, se vende por unas migajas, y hasta se pone a la reventa. Tampoco las leyes se respetan como se debiera, entre otras cosas, porque de la noche a la mañana cambian. La seguridad jurídica deja mucho que desear. Asimismo es más triste que la propia muerte, la manera de morir en vida seres humanos, en un mundo de ricos, donde se permiten experiencias laborales próximas al esclavismo y a la indefensión más absoluta, condiciones de infravivienda y de pobreza severa, experiencias de marginación y de exclusión social, sobre todo de inmigrantes abocados a un horizonte sin futuro. Todo se compra y se vende. También los derechos, para desgracia de la vida. Los encuentros y diálogos suelen ser más tolerantes para aquellas personas con más recursos económicos. La hospitalidad a veces no es tan auténtica como se expresa. Muy pocos suelen compartir algo con los necesitados. Cada día son más y reciben menos. Algunos prefieren mimar a un animal antes que a un indefenso niño. Tampoco la ley es igual para los ciudadanos. El que más tiene busca mejores abogados. Existen injustas discriminaciones que adulteran el horizonte del respeto ético de la naturaleza y del ser como tal, como persona. Se han perdido tantas conciencias en el camino, que se precisan nuevos cultivos que nos lleven a escuchar la voz del alma. Esa sí que sería una verdadera transición cultural y no la que vociferan algunos mediocres vestidos de intelectuales, con más odios y venganzas en el cuerpo, que sabiduría en el corazón. Una cosa es hablar y otra dar trigo. Predicar moral y tolerancia, como lo hacen algunos políticos con un cinismo descarado es de lo más fácil; otra cosa es ajustar esa moral que se sermonea, desde todos los bandos gubernativos, a la vida diaria. Ahora comprendo que los obispos alcen su voz porque, algunos dirigentes de la política con sus apostolados protectores, aunque suelen llevar gato encerrado (compromisos contraídos), acaban quitándoles el puesto. Ya se sabe, la mentira en un principio suele ganar la batalla a la verdad. Lo cierto es que hay mucho sermón absurdo y poca ponderación. Los mares de impudicia se han vuelto irrespirables, mientras la auténtica liberación del hombre está por llegar. Algunos son tan necios que se frotan las manos pensando que nos hemos creído que somos libres. Otros sermonean derechos a la vida y, a renglón seguido, hacen palmas con las abultadas estadísticas de abortos, como si la existencia fuese un tablao de instintos y una juerga de poderes. Nada va bien cuando los hechos contradicen las palabras. La realidad es muy distinta. El trabajo, que es un derecho y un deber, prosigue en precario. En nada hemos avanzado a pesar de que los sindicatos se callen. Continúa siendo el principal problema de los españoles. La vivienda es otro de los derechos convertido en negocio, al que los poderes públicos hacen oídos sordos. Igualmente es otra preocupación para los españoles, sobre todo aquellos que menos poder adquisitivo tienen. No pueden hacer frente a las hipotecas. Las drogas campean a sus anchas, don dinero es como la furia del mar en movimiento. La violencia contra la mujer prosigue en su crecida, porque una cosa es legislar y, otra muy distinta, educar para la paz y para la vida. Además, por si eran pocas cuestiones de derecho fundamental, la sanidad también se resiente. Es la misma cantarina de todos los veranos. Mucho reconocer el derecho a la protección de la salud, pero luego si quieres un buen servicio, paga. Los seguros privados se están poniendo las botas. Verdaderamente los tiempos han cambiado, para unos más que para otros. En cualquier caso, la atmósfera del caos es impresionante. Nada funciona. La confusión es total. Para tenernos entretenidos y que el despiste nos alcance, algunos mandamases han optado por hacer responsable de todo este desorden a la iglesia católica (más en minúscula que nunca). El ataque es continuo. Sin embargo, miren por donde, a pesar de la callada por respuesta, es cuando más manifestaciones públicas de fe están sucediendo. El que miles y miles de jóvenes vayan de peregrinos a Santiago, participen en proyectos de Cáritas o movimientos de iglesia (sigo con la minúscula), no es noticia. Sólo es noticiable lo escandaloso, lo fuera de lugar, lo salvaje. La historia universal lo confirma: ninguna sociedad ha dado a las relaciones homosexuales el reconocimiento jurídico de la institución matrimonial. En España somos más chulos que nadie. Hagámoslo contra viento y marea. Y que salga el sol por Antequera. Que lejos queda aquella enseñanza del viejo profesor Tierno Galván, cuando dijo: que el triunfo político es la suma del sentido común. Ahora faltan tantos sentidos, que cualquier borrego puede triunfar.

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