Legislatura apuntalada

COMO la población española ha vivido épocas o siglos de mayor o menor desasosiego -guerras imperiales/confesionales, desplome del imperio colonial, fricciones ideológicas a veces cainitas, esperanza o terror ante el desaparecido mesianismo castrense, fugaces experiencia democráticas, aislamiento internacional...-, cuando pasa de ser población a convertirse en sociedad estructurada, o vertebrada, soporta con cierta gallardía los problemas a los que ha de enfrentarse, exhibiendo un alto grado de calidad política. No hay problema, desde que desapareció la figura simbólica de la dictadura franquista, que la sociedad española no haya resuelto más o menos por sí misma, apoyando, eso sí, al Gobierno de turno -o marginándolo por medio de las urnas-, fuera el de Suárez o los siguientes, hasta el día de hoy. Nuestra sociedad es tolerante, suele resolver supuestos problemas sociales, como el pluralismo sexual, legalizándolos, aunque a veces se pase de progresismo un pueblo, y concede al poder ejecutivo una confianza que viene a durar al menos dos legislaturas, lo que refleja un fuerte deseo de estabilidad y cierta benevolencia circunstancial hacia los errores de los gobiernos. Lo que la sociedad española no parece tolerar es la inestabilidad política creada por los propios políticos. En este momento no hay Pujol del que echar mano, pues su partido está involucrado en el juego de discrepancias, algunas muy serias, en que se elabora, o se paraliza, la reforma del «estatut», a la espera de septiembre. Se piensa que Esquerra Republicana, con sus aspiraciones al máximo, sólo pretende exponer la imagen exacta de su propia ideología para satisfacción de un sector de su militancia. Podría ocurrir, sin embargo, que esas pretensiones, secesionistas incluso, se convirtieran el «tsunami» que ahogase al Gobierno catalán. Un estallido del Gobierno catalán podría originar, por simpatía explosiva, una crisis en el Gobierno del Estado, y aunque no se piensa que el agua de la inestabilidad vaya a llegar al río de unas elecciones anticipadas en Cataluña, se está viendo cómo el presidente Zapatero duerme en sus vacaciones canarias con un ojo abierto para vigilar la captación de nuevos aliados parlamentarios en que está empeñado el PSOE. La necesidad de contar con muy amplios apoyos a los Presupuestos Generales del 2006 es el pretexto ideal para que ZP ensanche su círculo de amistades, es decir, para ir formando una mayoría más numerosa y, gracias a la cual, el papel de ERC empiece a resultar irrelevante, o menos relevante, en el Congreso de los Diputados. Se trata de una operación política de altos vuelos, con el PNV como objetivo socialista. Dicho de otra manera, se intenta desde la Moncloa que el PNV vuelva a implicarse de algún modo, junto a los ya implicados, en la gobernación del Estado. Lo cual reduciría la importancia aritmética de ERC en el Congreso. Y, de paso, la importancia de ERC en Cataluña. De ahí, posiblemente, que ERC, a la que desagrada sentirse identificada únicamente con Carod-Rovira, se pliegue en septiembre a una ortodoxia constitucional de la reforma estatutaria, y se olvide de la secesión como derecho inalienable. La legislatura quedaría así fuertemente apuntalada.