Diario de León

EN EL FILO

El referéndum de la confusión

Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

Creado:

Actualizado:

EN LAS últimas décadas quien pensase que lo mejor para Cataluña era continuar siendo elemento constitutivo de España a veces ha tenido la impresión de que, puesto que el nacionalismo catalán predominaba a derecha e izquierda, estaba en una posición minoritaria. También alguna vez pareció minoritario creer que la Constitución de 1978 y el amparo de la monarquía parlamentaria daban suficientes vías para solucionar los conflictos entre las diversas partes de España. En realidad, tales convicciones no eran minoritarias porque encuesta tras encuesta, si sumamos el porcentaje de quienes se sienten más catalanes que españoles, los que se sienten más españoles que catalanes o tan catalanes como españoles -el grupo más grande- siempre llega hasta un 80 por ciento. Por eso España no va a romperse pase lo que pase mañana en el referéndum. La gran mayoría de los catalanes desea que Cataluña sea parte de España y considera que la monarquía es un factor de estabilidad e integración. Al producirse la transición cuando concluye de muerte natural el régimen autoritario del general Franco, la nueva Constitución ofreció como parte determinante una opción positiva para el catalanismo. Lo llamamos Estado de las Autonomías y confiere muchas más competencias que las que tenga -por ejemplo- Escocia. De hecho, junto al caso vasco, es una de las devoluciones más significativas de toda Europa. Hubo entonces un gran consenso, en el que fueron centrales los dos grandes partidos de entonces, la UCD y el PSOE. Ese era un problema pendiente, que ya había ocasionado o agravado algunos conflictos del pasado. Para no remontarnos a Adán y Eva como ocurre en estos casos, el catalanismo toma cuerpo en el siglo XIX por muchos motivos: industrialización y a la vez «lobby» proteccionista, simplificación de los historiadores románticos al buscar como fuera pasados heroicos y únicos, la crisis española de 1898, el redescubrimiento de la lengua catalana como signo de identidad particular, y otras tantas cosas. Ese catalanismo fue inicialmente cultural, cogió peso social y pasó a influir políticamente. Al tomar cuerpo político decidió intervenir en la vida política del conjunto de España. ¿Qué se pretendía? Diversas fórmulas de reconocimiento de una diferencia. El catalanismo considerado inicialmente como sentido de pertenencia a una tierra, un paisaje, una lengua, la tradición, eran valores conservadores, no pocos de raíz católica y a la vez eran valores cohesivos. En realidad, era reencontrar un nuevo equilibrio entre los vínculos y las opciones. Pasó la guerra y la larga postguerra en situación del todo distinta. Con la transición hacia la democracia, establecer un marco para vivir todos juntos, vencedores y vencidos, consistió en integrar al catalanismo en la dinámica del Estado. Aquel segundo Estatuto de autonomía parecía zanjar de una vez por todas la cuestión. Puede decirse incluso que gran parte de los símbolos del Estado desaparecieron de Cataluña, siendo sustituidos por los símbolos de la «Generalitat», que era la institución medieval recuperada. Salvo para minorías radicales y en algún instante tentadas por el terrorismo, la sociedad catalana entraba en un fase positiva. Entonces, en las últimas décadas del pasado siglo, resultaba insólito pensar que llegase el momento en que el «Establishment» nacionalista, a derecha e izquierda, exigiría un nuevo Estatuto. Ahí es donde estamos ahora. Es una gran paradoja: en una fase tan positiva para España, con una economía en marcha hacia la globalización, siendo parte de la UE, siendo un país mejor comunicado que nunca, de nuevo el particularismo pasa a primera línea, por encima de la alternancia democrática, y en gran parte por encima del pluralismo crítico que según Popper es la base del vivir en libertad. En estas jornadas previas al referéndum sobre el nuevo «Estatut» la confusión es supina. De hecho, en la campaña no se habla para nada del «Estatut» sino de la sucesión de Maragall y de elecciones autonómicas anticipadas. Antes de la votación, el particularismo ya ha ganado.

tracking