Diario de León
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ASSUMPTA ROURA
León

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MARAGALL c umplió el compromiso: anunciar su retirada antes de su encuentro con Zapatero. No convenía que sus adversarios dijeran que se marchaba por orden del presidente. Tras el anuncio llegó la hora de los sepultureros y hasta el más tonto cree tener vela en el entierro. Para los que tratamos de huir de lugares comunes y conseguir un algo de consistencia, la salida de Maragall tiene un significado mucho más profundo. Estamos en el siglo XXI, en Cataluña se asumen cuotas de inmigración muy importantes y la globalización sirve, entre otras cosas, para desmantelar fábricas y relaciones laborales tal como hasta ahora las entendimos. El víctimismo nacionalista del pujolismo entró en declive en paralelo a la dura realidad cotidiana. La situación confundió a los socialistas catalanes convencidos de que su estrategia debía ser sustituir a un líder nacionalista de tendencias conservadoras por otro líder representante, en este caso, de los patricios menos ricos pero más cultos de la burguesía catalana. Aquél casi empate en las últimas elecciones autonómicas entre los dos partidos CIU y PSC y una abstención de importante alcance nos daban una clave: en Cataluña se seguían pautas del siglo XIX cuando en diez años todo había cambiado tanto y de manera tan sustancial. CiU mantenía sus votantes y el PSC no arrancaba el entusiasmo de esos electores de la periferia, inmigrantes de otras partes de España en los años sesenta, por la sencilla razón de que poco tienen que ver sus lentejas con el discurso catalanista del nieto de un poeta. ¿Cuántos votos se perdieron ahí? Súmese, no el enredo del tripartito, sino los excesos y chantajes de todo orden de quien tuvo la última palabra: Carod con su convicción de redentor y el coro de ERC y su independentismo a ultranza. Maragall, con todos sus errores, ha cumplido lo que se le pidió: poner su carisma que tan bien funcionó en la Barcelona olímpica, para acabar con Pujol. Lo que ha sucedido en estos tres años tiene que ver mucho más con el momento de transición global y cómo se gestiona, que con las torpezas de Maragall. Ojalá que Montilla lo comprenda ahora que tras el Estatut el futuro ya está aquí.

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