Diario de León

TRIBUNA

Pintura de la verdad y de la luz (un regalo de Navidad)

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EXPRESAR la verdad, quizás sea ésa la principal función del arte, antes incluso de expresar la belleza, Y si alguien piensa que esa categoría de la verdad es inalcanzable para el ser humano, puede que tenga razón. Entonces, la función del arte sería acercarse a la verdad lo más posible, mediante la autenticidad, es decir, huyendo de la mentira y de la falsedad. Hoy la humanidad se encuentra más rodeada que nunca de lo superfluo, de lo falso y de lo ficticio, del espejismo y del disfraz, por eso no es nada fácil para el ser humano acercarse a la verdad, que es la única realidad. El arte no escapa a esta disyuntiva, pero es una obligación moral de todo artista acercarse a la verdad, a una verdad subjetiva, por supuesto, y para ello quizás deba aprender a expresar el orden y la armonía por un lado, y la síntesis y la unidad, por otro, características consustanciales del verdadero arte. De esta forma, la obra de arte, si no llega a la perfección porque ésta parece también inalcanzable para el hombre, al menos tiende a la perfección, a través de esas cualidades específicas de todo arte. Por tanto, las obras que expresan el caos y la confusión, el conflicto y la falta de unidad, ¿cómo podríamos considerarlas obras de arte? Observemos la mayor obra de arte de todos los tiempos, la creación del cosmos, expresa orden, armonía, unidad y síntesis. Lo cual no quiere decir que en la obra de arte ha de estar siempre ausente el caos, la confusión y el conflicto, sino que -como parte inherente que son de la dualidad en nuestro mundo- el caos ha de finalizar en orden, la confusión en claridad y el conflicto en armonía, de la misma forma que la teoría ha de dirigirse a la práctica y el problema ha de lograr su solución. De esta forma llegamos al círculo, símbolo de la perfección, de la unidad y de la verdad. En este sentido la verdadera obra de arte es semejante al círculo. Sin embargo no pocas de las llamadas obras de arte moderno parece que expresan exclusivamente caos, conflicto, agresividad, falta de unidad, y a veces provocación. Pero esto no ha de extrañarnos, pues la humanidad actual atraviesa precisamente una etapa de profundos cambios, en medio de la confusión y el caos, y si la humanidad sabe aprender de ellos, terminarán en orden y en armonía. Esa es la tarea del verdadero artista, servir de timón en los momentos de mayor confusión social, expresar a través de su obra los más elevados valores del espíritu humano, huyendo de la ambición y del protagonismo, y sabiendo que él es un medio no un fin en sí mismo. El verdadero artista no se desalienta ni se siente frustrado al ver triunfar al artista mediocre, porque un mundo que camina en la oscuridad no sabe diferenciar aún entre el bien y el mal, entre la verdad y la falsedad. El ha venido para dar testimonio de la verdad y de la luz a través de su obra, y también, quizás, de su vida. Echemos una ojeada a la historia y pensemos en la cantidad ingente de artistas de todas las ramas del arte (¡para qué nombrarlos si son numerosos!), en las dificultades y las incomprensiones por las que atravesaron, en el desprecio y el olvido que sufrieron muchos en vida y después de muertos. El reto del verdadero artista no es fácil de conseguir, lo elevado es para los que se elevan, y sólo allí está la verdad y la luz. Los que allí llegan, nos lo transmiten, después, a través del color, del sonido, del lenguaje, y la mayoría de las veces inconscientemente. No importa, ellos están conectados. Estas reflexiones han nacido a la vista y la contemplación de la obra del pintor leonés Alejandro Vargas, expuesta en la sala de Caja España. Para mí la pintura de Vargas expresa esa verdad de la que vengo hablando, ante todo porque ha sabido ser fiel a sí mismo, a sus principios, aunque le haya costado una injusta marginación en ese mundillo del arte donde no reina precisamente la verdad. Él lo sabe bien, y lo acepta como verdadero artista que es, no sin pena, pues es humano. Pero si el pintor Vargas no está valorado como se merece en ese mundo oficial del arte, él está totalmente integrado y valorado en el mundo del verdadero arte, el que trasciende el tiempo y el espacio. A la obra de arte hay que acercarse sin prejuicios, si uno quiere captar su mensaje, a sabiendas de que no es preciso conocer ni comprender la técnica empleada -como es mi caso respecto a la pintura- para disfrutar de ella. Si no fuera así, todos los pintores, todos los músicos y todos los poetas gozarían con las obras de sus respectivas artes, y sabemos con certeza que esto no es siempre así. Basta comprobar los pocos músicos que asisten a los conciertos, los pocos pintores que asisten a las exposiciones, y en el caso de los poetas no sé por qué percibo que se leen algo más entre sí, quizás porque su arte se desarrolla preferentemente en la intimidad. Pero en todo caso, a la obra de arte hay que acercarse como ante los niños, con pureza de espíritu. Entonces es preciso el disfruto estético. Así he intentado yo acercarme a la obra de este gran pintor leonés, Alejandro Vargas, y he podido disfrutar de ella al percibir todos los extremos a los que me he referido anteriormente sobre la obra del arte y del artista: orden y armonía a través de la magia de los colores, unidad y síntesis en su conjunto. Y si la luz es un elemento físico esencial en la pintura, lo es también en sus cuadros, pues de ellos se desprende una luz que eleva e interioriza, que es ligereza absoluta. Así he llegado también a percibir la verdad en su pintura, una verdad que es consecuencia de la autenticidad de su pensamiento y de su vida. Porque la verdad y la luz siempre han vivido juntas, una lleva necesariamente a la otra, por eso la verdad siempre ha iluminado a los pocos que la han poseído y a los muchos que se han acercado a ella. Gracias, Alejandro, por este regalo de Navidad. No hay otro momento mejor para darnos tu mensaje de verdad y de luz, precisamente el que se recuerda cada Navidad en los corazones de los hombres y mujeres de buena voluntad.

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