Campo sin topillos

LA MANIOBRA ecologista fue taimada. Convencieron a la ministra verde Cristina Narbona para que los aviones del ICONA lanzasen subrepticiamente cajas en paracaídas con topillas preñadas, a beneficio de gaviluchos, milanos y búhos. Como el campo estaba tan verde, los roedores pulularon y se convirtieron en plaga, con más de mil quinientos topillos por hectárea, royendo la cosecha y dejando a los pobres campesinos tiritando. Afortunadamente, Silvia Clemente, Field Cat Woman, lanzó al agro 169 equipos con arsenal de gránulos de clorofacinona y bromadiolona, y la horda topillera murió en masa, eso sí tras contaminar las aguas del Canal de Castilla y de varias piscinas de Tierra de Campos donde no murieron niños de milagro. También hubo muchas víctimas colaterales -liebres, perdices, codornices, alondras y calandrias- pero la cruzada topillera no iba a andar con remilgos ecológicos. Los sindicatos agrícolas bendicen la agonía del topillo campesino lanzado a los agros por los impresentables ecologistas ciudadanos, a los que habría que mandar a un huerto a cavar con pico y pala. Desde la facultad de biología de León, advertimos que la abundancia de topillos es un fenómeno cíclico que ha ocurrido en 1978, 1984, 1989, 1998 y 2007, coincidente con inviernos benignos y primaveras lluviosas que producen cosechones como el pasado. Igual que proliferan se colapsan, con comportamientos agresivos y fin de la paridera al terminar el estío, sin que se conozca ningún caso en que la plaga dure más de una temporada. Quedan núcleos vestigiales de topillos refugiados en prados húmedos y vaguadas que, como un muelle que se estira y se encoge, repetirán el episodio en el futuro, aumentando la población e invadiendo hábitats marginales de secano. Esta secuencia natural debiera conocerse por nuestros gestores agrícolas para que no envenenen los campos de Castilla y León e inviertan en naturalizar el terrazgo, por ejemplo con nidales para cernícalos.