Los siete velos

CREO QUE LOS ministros y las ministras de un Gobierno no están tanto para abrir debates sino para contribuir a resolverlos. Cuando hace unos meses, Rajoy propuso, entre otras cosas, regular el uso del velo islámico, la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega le respondió contundente que «en España no hay un problema con la inmigración ni con el velo, y crearlo es irresponsable». La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, acaba de reabrir el debate. El asunto del velo es peliagudo. Ver a las mujeres afganas encarceladas en tela me sigue produciendo escalofríos, pero nunca sentí rechazo alguno por el velo que lució siempre como seña de identidad Benazir Bhutto, por ejemplo. Digo más: si una multinacional como Microsft, por ejemplo, nombrase directora para Europa a una mujer de religión musulmana, doctorada en Harvard, separada o casada por lo civil, su velo nos parecería como mucho un toque exótico y quizás se pusiera de moda. Después de re flexionar mucho sobre la cuestión he llegado a una conclusión, seguramente equivocada. Dado que algunas mujeres musulmanas sufren la discriminación y, además, llevan velo por obligación; otras no llevan velo pero sufren la discriminación; y un tercer grupo ni lleva velo ni sufre discriminación, cabe concluir que el problema no es el velo, sino la discriminación. La mayoría de las mujeres inmigrantes llegan a España procedentes de otros países, otras culturas y otras religiones, pero, sobre todo, su aventura es un viaje a través del tiempo: su circunstancia vital es la misma que padecían las mujeres españolas hace algunas décadas. En el camino, nuestras compatriotas también tuvieron que desprenderse con mucho esfuerzo de sucesivos velos: el de la ignorancia, el de la reclusión doméstica, el de la segregación civil, el de la exclusión política, el del sometimiento sexual y el de la limitación laboral. Cuando fueron retirados esos seis velos, el séptimo, el de tela, cayó por su propio peso o quedó como mera prenda de vestir para desfilar en las proce siones o para viajar al desierto.