Diario de León
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Historias del reino margarita torres

Circulaba estos días por la red una información capaz de sacarle los colores al más pintado: ¿cuánto le cuesta al estado proteger a un guardia civil o un policía? Hago mío el verbo cervantino y elegante de Trillo: manda güevos. ¿Acaso alguien cuestiona el dinero que gastamos en botas, guantes, chalecos antibalas que resguarden a los hombres y mujeres que arriesgan sus vidas por nosotros? Parece que sí, que siempre existe una fístula en el culo de la sociedad española capaz de sopesar, como el Mercader de Venecia de Shakespeare, si las deudas se pagan en dinero o en libras de carne, a ser posible lo más cerca del corazón. Entre ambos cuerpos sumamos unos 129.000 efectivos que, a razón de 585 euros por cada uno en material básico, elevan la cantidad de gasto a unos 75,5 millones de euros. Cifra que hemos de dividir entre cinco, que son los años de uso del mismo. Esto es: 15 millones y un pellizco cada doce meses. Qué barbaridad, pensará alguno de esos descerebrados que siguen considerando innecesario cada euro que se gasta en proteger a quienes amparan los valores de una sociedad herida como la nuestra, que se juegan el cuello por nuestra seguridad, que se convierten en blanco de esa buena gente que sonríe ante los juegos infantiles de la Kale Borroka, ufanos con los éxitos en las prácticas de modelaje con explosivos de sus hermanos mayores. Esos eslabones perdidos entre la rata y los homínidos se deben echar las manos a la cabeza ante tal despilfarro: 15 millones de euros al año.

Una ruina, sin duda, especialmente si comparamos esa cantidad con algunas maravillas de la contabilidad moderna hechas ejemplo en otros campos. ¿Saben cuánto le cuestan al estado los destrozos de los vástagos de ETA en un año normal, pongamos por caso 2006 ó 2007? Alrededor de 4 millones y pico cada doce meses. ¿El valor de eliminar una de sus pintadas? Lo mismo que unas botas tácticas. ¿Reponer dos contenedores quemados? Exactamente lo que un chaleco antibalas. ¿Un autobús normal? Alrededor de un cuarto de millón de euros. Sólo en el año 2000, el consorcio de seguros del País Vasco asumió la bonita cantidad de 6 millones de euros para hacer frente a estas manifestaciones espontáneas de ardor púber.

Y si la rutina de los números apuntara a las personas, ¿a cómo se valora el miedo, el dolor de la pérdida del ser querido, el hueco que dejan los muertos, las secuelas de los heridos, el terror de los niños que han visto roto su mundo por una bomba en Burgos, el corazón muerto de las madres de Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salva, la angustia de la impotencia en la respuesta, los más de dos centenares de guardias civiles asesinados, las decenas de pequeños cuyas vidas han sido arrebatadas por estos hijos de puta libertadores de bala fácil? Deja el sabor de la bilis digerir tanta demagogia en una sociedad culiparlante de puertas afuera y realista de puertas adentro, que se escandaliza con los gastos en defensa o en seguridad y no ante los 94 millones del traspaso de un futbolista que engrosará cada año sus arcas con lo mismo que cuesta proteger a todos los policías y efectivos de la Benemérita de este país. En mi nombre y en el de muchos, viva la Guardia Civil.

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