Diario de León
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El mirador | antonio papell

Alemania y Francia salieron de la recesión en el primer trimestre del año, acompañadas por otros países europeos (Grecia, Portugal ) y después del despegue de las grandes potencias asiáticas (China, Japón, India). También parece que los Estados Unidos han dejado atrás lo más severo de la crisis. Y España, sin embargo, continúa en el pozo y con unas expectativas poco halagüeñas: nuestro PIB cayó un 4,2% interanual en el segundo trimestre y la Ocde prevé que el PIB español decrecerá este año el 4,4% y el 0,9% en 2010. El Gobierno, más optimista, cree que la mengua será del 3,6% este año y que el crecimiento llegará durante el segundo semestre del próximo. El atraso español, irremediable, se debe a clarísimas razones estructurales. En nuestro país, el sector exterior es deficitario y en los últimos años tanto las familias como las empresas se endeudaron hasta más allá de lo razonable.

En nuestro país hay más de un millón de viviendas sin vender, y si antes de la crisis se construían 800.000 pisos al año, en éste no se construirán más de 200.000 y es impensable que en los próximos años se llegue siquiera a la mitad de aquella cifra. A consecuencia del estallido de la burbuja, la tasa de paro ha aumentado aquí espectacularmente hasta superar el 17% y con previsiones de alcanzar el 20%. En estas circunstancias, con una caída fortísima del empleo y con las familias y empresas endeudadas, será muy costoso conseguir que el consumo familiar y la inversión empresarial se recuperen y comiencen a tirar de nuevo del carro. En estas circunstancias objetivas, el Gobierno tiene estrecho margen para acelerar el proceso. Las medidas keynesianas de activación económica -”el Plan E-” tienen un recorrido limitado y, cuando el déficit está cercano al 10% del PIB, no cabe insistir en este vector expansivo. En el futuro, habrá que procurar el reequilibrio de las cuentas públicas mediante la austeridad y, probablemente, un paulatino y prudente incremento de la presión fiscal.

De cualquier modo, no hay razones para un excesivo pesimismo. El sector construcción saldrá de su parálisis cuando los precios se hayan acomodado a la nueva situación (cuanto antes desciendan, antes se recuperará el mercado inmobiliario). Además, si la confianza de los consumidores sigue creciendo, se reactivará el consumo privado. Y, en todo caso, la reactivación europea favorecerá a la economía española: activará nuestro sector exterior (beneficiado por una gran caída del déficit comercial en los últimos meses) y, sobre todo, devolverá su pujanza al negocio turístico, que se ha resentido de la mala situación de sus principales clientes. Así las cosas, nuestro país tiene además que abordar una tarea adicional: es necesario estimular la iniciativa empresarial para que los recursos procedentes del sector construcción se apliquen a otras actividades productivas de mayor valor añadido, de forma que el desempleo surgido del estallido de la burbuja sea absorbido por otros sectores. La paz social y una buena reforma del sistema de relaciones laborales contribuirían grandemente a esta transformación, que asimismo ha de ser impulsada por la ley de Economía Sostenible que prepara el Gobierno, y que debería contar con el aliento de todo el Parlamento.

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