El «protoloco» invernal
La aspillera | vicente pueyo
El mayor dispositivo de la última década». (Chamorro dixit). Así dicha, la frasecita queda mona pero, a la vista de la acojonante jornada sufrida ayer por el vecindario de la urbe, y de la provincia, habrá que recomendar al concejal que se la guarde con mucho cuidado en la cajita de frases oportunas porque también estamos ante un caos para subrayar en rojo en la agenda. A ver si tiene suerte el edil leonesista y encuentra otra frase así de guapina para ese referéndum con barretina que están rumiando los de su cuerda.
Pero, en fin, la nieve es blanca y no se debería prestar a la demagogia; conviene afinar: no han fallado los trabajadores, ni la Guardia Civil, ni la Policía, ni los bomberos, ni los abnegados miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME)... Al contrario, han echado el resto en la mayoría de los casos. Hay mucha, pero que mucha gente que ayer, después de ver convertido su coche en un incontrolable y alocado bailarín del lago de los cisnes, vio llegar por el retrovisor al ángel de la guarda en forma de benemérito agente o de aguerrido efectivo de la UME. Dicho esto en honor a la verdad y a la justicia, lo que ha fallado es la previsión, lo que podríamos llamar, con el mismo lenguaje de los políticos que soportamos, «la materialización de los protocolos». Porque haberlos haylos pero, a la hora de la verdad, no se ponen en funcionamiento ni en tiempo ni en forma. Que la nevada era muy importante, es evidente; que es muy difícil controlar a los elementos cuando se ponen bordes, lo sabemos desde la Armada Invencible. Pero de ahí a lo ocurrido hay un trecho considerable en el que reside la perplejidad y el cabreo vecinal. No es comprensible en la era de la informática y de la hiperinformación, cuando los modelos matemáticos te permiten predecir con más de diez días de antelación los fenómenos meteorológicos, que no se tengan las cosas meridianamente claras y preparadas para afrontarlas con la máxima eficacia cuando llega el momento de la verdad. No es fácilmente explicable que comenzara a actuarse tan tarde en la noche del jueves, cuando ya se ponían las cosas muy crudas. Ni es muy comprensible que una vía tan importante como la autopista León-Campomanes esté cortada durante ocho largas horas, o que transitar por la autovía de Benavente fuera una auténtica aventura durante también muchas horas, o que en un alto porcentaje de calles pequeñas de León (donde también vive gente, oiga), permanecieran olvidadas y prácticamente intransitables, en calzadas y aceras, durante casi toda la jornada. Que las autoridades recomendaran las cadenas para circular por la capital no es más que otro brindis al sol.
Se echa de menos un protocolo de verdad, y no un «protoloco» de traca. Un protocolo en el que, junto a los efectivos «oficiales», se diera paso también a la participación ciudadana, porque las comunidades de vecinos, los ciudadanos particulares, conveni entemente concienciados y organizados podrían colaborar notablemente a mejorar esa eficacia. Pero esto, de momento, forma parte de la utopía como es utópico pensar que un día contemos con responsables públicos, inteligentes y eficaces, capaces de estar a la altura de las circunstancias.