Diario de León

Desde Ucrania | Marcos Méndez

Tamara

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El sábado quisimos comprobar si lo que había anunciado el Kremlin se estaba cumpliendo. ¡Qué ingenuos! No pudimos llegar a Irpin, una pequeña ciudad al noroeste de Kiev que lleva semanas conteniendo el avance ruso hacia la capital. No pudimos porque los ataques de artillería y los bombardeos eran continuos. Quedamos a las puertas de Irpin, justo antes del puente ya bombardeado. Allí, además de escuchar perfectamente lo que estaba pasando del otro lado, vimos como llegaban los últimos evacuados. Eran en su mayoría gente muy mayor, que no quiso abandonar sus casas hasta que las perdió en los ataques de la noche anterior. Algunos no se podían mover. 

Me llamó la atención Tamara. Llegó asustada en una furgoneta, pero no iba sola. Más de veinte perros venían con ella. Nos contó que muchos eran suyos, pero otros de los vecinos que habían marchado hace días y se los habían dejado a su cargo. Salvó la vida porque estaba con ellos en el garaje cuando bombardearon su casa. Ahora cuenta con que alguien en la capital —no se quiere marchar más lejos— pueda acogerla a ella y a sus amigos. Son su familia. En el lugar adonde llegan Tamara y el resto de los evacuados hay muchos perros solitarios. Alguno llora; sí, lloraban. Se acercaban a nosotros pidiendo una caricia y se volvían locos cada vez que se oían un nuevo rosario de tiros y explosiones. Allí les dan cariño y comida, y ya son como una parte más de la familia de voluntarios, policías, militares y paramédicos que atienden a los evacuados. 

Rusia dijo que había dado por finalizada una primera fase de esta invasión y que ahora iba a centrar sus esfuerzos en el este del país, en «liberar» las dos repúblicas prorrusas del Donbas. Pero sigue bombardeándolas, a ellas y a todo el país. Incluso le mandó un mensaje a Joe Biden, el presidente norteamericano que calificó de «carnicero» a Vladimir Putin. «¿Carnicero yo? ¡Toma misiles!». Y le arrojó tres, eso sí, sin carga explosiva, a tan sólo 70 kilómetros de donde había estado el americano unas horas antes. Aprovechando el envío mandó otro, este más destructivo, a un depósito de combustible también en Leópolis. Allí, tan cerca de la Unión Europea, donde millares de personas aún se creen a salvo de las amenazas de Putin. 

Me dicen los colegas que el humo negro lo cubrió todo durante bastante tiempo. Pero es que el Ejército ruso atacó el fin de semana por todos los lados del país, y en algunos casos con más saña que nunca, como denuncian en Bucha, muy cerca de Irpin, donde los soldados de Putin abrieron fuego de artillería indiscriminadamente contra edificios residenciales. 

Murieron tres personas más. A lo mejor mañana habrá tres perros llorando solos por la calle. Ahora, justo antes de ponerme a escribir, fumaba un cigarro en el balcón. El militar que está justo debajo, en una trinchera de hormigón, atendía el móvil. De pronto salió un perrito de la trinchera, un caniche negro que no le pega nada a ese tipo. Él dejó el móvil y se agachó para acariciarlo. Será la única compañía, si todo va bien, que tendrá esta noche. Afortunados militar y perro de tenerse el uno al otro. Afortunada también Tamara, que salvó la vida, la suya y la de su familia canina. ¡Quien tiene un amigo...!

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