Diario de León

Fueras de serie al borde del fracaso

Son alumnos con altas capacidades que pueden sufrir acoso y frustración. En Castilla y León hay 500 evaluados, sólo un 0,5% de los que son. Las familias piden apoyos en las aulas

Familias y niños y niñas de la Asociación Leonesa de Altas Capacidades posan en la zona de juegos del jardín de San Francisco. JESÚS F. SALVADORES

Familias y niños y niñas de la Asociación Leonesa de Altas Capacidades posan en la zona de juegos del jardín de San Francisco. JESÚS F. SALVADORES

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carmen Tapia | león

«Me sentía mal. No tenía amigos. Los recreos los pasaba solo. Creí que era diferente. Hacían gracias que a todos los demás les gustaban, pero a mí no». David tiene 11 años. Era el ‘raro’ de la clase. Describe lo que vivió en el colegio hasta que la psicóloga lo evaluó y detectó que es un niño con altas capacidades. Una noticia que, lejos de parecer un chollo, es un problema para las familias. Ni ellos ni la escuela están preparados para desarrollar sus potenciales.

La Asociación Leonesa de Altas Capacidades busca respuestas en la administración. Para concienciar a la sociedad organizan el 9 de abril unas jornadas en las que psicólogos, padres y madres, profesores y administración debatirán sobre las diferentes formas de educar. En España hay 12.490 personas que tienen la evaluación de alta capacidad. En Castilla y León sólo 500, un 0,5% de los que son. Según las estadísticas, entre un 10 y un 20% de la población tienen altas capacidades «tildados de vagos, acosados y sufriendo fracaso escolar», explica el presidente de la asociación, Pablo Núñez. Los compañeros no los aceptan, el profesorado piensa que son vagos e incluso que soportan algún problema familiar. La realidad es que sus cabezas van a un ritmo más rápido que la media. Aprenden antes y se desmotivan si no encuentran alicientes.

«Hay que desmitificar la idea de los superdotados», asegura Núñez. Altas Capacidades Intelectuales es un concepto que engloba superdotación, talento y precocidad intelectual.

Maribel Alvarado y Tomás Ángel Rodríguez tienen tres niños con altas capacidades. Rubén, de 15 años, Ivano, de 13 y David, de 12. «Sólo recuerdo que en segundo de Infantil me aburría de tanto colorear fichas. Me gustaba más montar piezas», asegura David. Él y sus dos hermanos tuvieron que dejar su antiguo colegio. «Era una tortura», asegura la madre, «me decían que el niño se portaba mal y que era como consecuencia de que habría algún problema en casa. Me preguntaron que qué problema había». Pero ‘el problema’ era otro. Su rapidez en aprender las cosas hace que pierda el hábito del trabajo y la constancia. «Las notas eran buenas hasta que dejaron de serlo».

En el aula se aburren. «No entienden por qué hay compañeros que no captan las cosas a la primera» y los compañeros empiezan a identificarlos como los «listillos» de la clase y los aíslan. Entonces empieza la etapa más difícil. «Para ser aceptados disimulan, dejan de preguntar en clase, dejan de responder e incluso, en muchas ocasiones, suspenden a propósito». Llegan las noches de insomnio y las crisis de ansiedad. «Se veía distinto y él pensaba que era el tonto de la clase. Dañó su autoestima».

A Ana Julia González, madre de Ricardo, de 9 años, la profesora le dijo: «No vas a sacar nada de éste». No todos tienen suerte. «Depende mucho del tutor, del orientador y del centro en el que estudian. «Es el profesor el que tiene que gestionar las diferencias». asegura Ana Julia.

Agustina Campoy tiene 10 años. Cuando su padre Javier la trajo de China, con un año y medio, se dio cuenta que era la más espabilada de orfanato. «Le gustaba leer, hacía muchas preguntas. Absorbía todos los datos. Entonces le pedí a la profesora que le hiciera las pruebas. Pero no es la mejor de la clase, ni es guerrera. Está a gusto con sus compañeros. Se esconde». Agustina habla inglés y chino y está aprendiendo ruso. «Yo no me noto ninguna diferencia», dice seria manteniendo firme la mirada.

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