Diario de León

Acosadas

Las acusaciones de acoso sexual contra Weinstein han destapado una práctica que los expertos califican de «sistémica». España no es una excepción. Este reportaje ofrece una visión poliédrica de una lacra que sufren en un 90% de los casos las mujeres y que tan sólo se denuncia en el 8% de los sucesos debido a la escasez de procesos que prosperan. El machismo estructural permite que la percepción del delito no sea del todo desfavorable.

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cristina fanjul | león

«No quería gordas ni extranjeras. Eso me lo dejó claro desde la primera entrevista de trabajo que tuvimos. La primera y la última, porque no hubo más. Fue en una cafetería y no me hizo ni una sola pregunta profesional. Al día siguiente, comenzó el hostigamiento». Patricia suma en una estadística —la de las mujeres violentadas sexualmente en su ámbito laboral— cuyo denominador común es el silencio. Estas mujeres son estabuladas en un recinto triste e invisibilizado por la cultura machista predominante. Según los datos aportados por de la Inspección de Trabajo, desde 2008 a 2015, alrededor de 2.484 mujeres se vieron afectadas por infracciones en materia de acoso sexual, se efectuaron 1.489 requerimientos y se impusieron sanciones por valor de 237.748 euros. En Castilla y León, los datos no son esperanzadores y entre los años 2015 y 2016 Inspección de Trabajo realizó 29 actuaciones, con doce requerimientos y cuatro actas de infracción.

Los datos, sin embargo, son artificiales y los son porque la mayoría de las mujeres que sufren acoso sexual no lo denuncian. Desde la Secretaría para la Igualdad de UGT en Castilla y León sostienen que la cultura machista «no ve escandalosos este tipo de comportamientos porque cosificar y sexualizar a las mujeres está normalizado».

A Patricia, su jefe le mandaba mensajes intimidatorios desde el principio. Su posición de poder y la sensación de impunidad que había ido adquiriendo con el tiempo y los abusos le llevaba a dejarlos por escrito. «A cualquier hora del día o de la noche me llegaban mensajes de whatsapp. «Te comía entera», «estás rica, rica», «a ver cuándo me dejas ir a arreglarte el enchufe, culito», «me das un beso donde quieras»... Estas eran las expresiones que Patricia tenía que soportar de su jefe día tras día. Sin embargo, no se plegó a su acoso y le hacía frente, a pesar de que sabía que no era la única en sufrir la violencia del superior y de su necesidad de mantener el empleo. «Antes de mí, habían pasado por la empresa otras siete mujeres a las que echaban sin más», lamenta. «Todo el mundo sabía lo que pasaba, pero nadie hacía nada». El acosador de Patricia comenzó a castigarla laboralmente por no atender sus deseos. «Me cambiaba los horarios, me hacía trabajar horas extraordinarias sin cobrarlas... hasta que un día, me llamó para comunicarme el despido», recuerda Patricia, que cobraba algo más de 500 euros al mes —con las extras incorporadas— por trabajar media jornada que nunca se respetaba. «Si no te gusta, te vas, tengo a más chicas esperando», le decía el acosador.

Patricia comunicó la violencia que sufría por parte de su jefe a sus superiores, pero nadie hizo nada. «Es algo que ocurre con frecuencia. Cuando actuamos en un caso de acoso sexual la primera vía que intentamos es la interna», manifiestan desde UGT. Destacan que la razón por la cual es difícil acabar con el acoso es el propio sistema organizativo de la empresa. «Hay muchos mandos intermedios y la mediación hace que el mensaje no llegue con la suficiente precisión a dirección», subrayan los especialistas sindicales. Además, sostienen que Recursos Humanos suele ser un departamento desvinculado del centro de trabajo, lo que hace aún más complicado la defensa de la víctima. «Por lo general, se opta por mantener las cosas como están y si se cambia algo suele modificarse a la víctima», detallan. No hay que olvidar que el 90% de los casos de acoso sexual los sufren las mujeres mientras que el acoso laboral es soportado en un 60% por el sexo femenino.

El depredador

La psicóloga de Adavas, Begoña Pérez Álvarez, deja claro que el acosador es un hombre con una mentalidad misógina, hijo predilecto de la cultura patriarcal, que considera a cualquier mujer que se cruce en su camino como una posible pieza de caza. «No sólo no aceptará un ‘no’ por respuesta, sino que eso le motivará más si cabe a conseguir sus propósitos y contará con la complicidad de otros acosadores en potencia, que callarán y encubrirán al delincuente, le reirán las gracias y participarán del mezquino y perverso proceso de difamar, desprestigiar y aislar a la víctima. Él pone las reglas, él decide cuando y como, él tiene el poder», advierte. Asimismo, lamenta que al tiempo, esta sociedad mantiene vigentes los mitos de las mujeres como provocadoras, que utilizan la seducción y las armas de mujer. «Ellas son las culpables», subraya.

Desde luego fue así en el caso de Patricia. A su acosador le echaron del trabajo, pero no fue a causa del acoso sexual ejercido sobre las empleadas. «La cultura machista no ve escandaloso el acoso. Cosificar y sexualizar está normalizado y el testimonio de la víctima no vale lo mismo que el del acosador», ratifican desde UGT. Desde la Secretaría de Igualdad del sindicato se subraya que no existe un perfil monolítico de víctima. «Tiene mucho que ver con la posición de la mujer. Cuanto más débil parezca, mayor es la posibilidad de que padezca acoso sexual», destacan. Sin embargo, dejan claro que no depende del nivel económico, intelectual o formativo. «Todas somos víctimas potenciales». Inciden en la estrategia deteriorante que suele ejercer el acosador, una serie de actitudes y decisiones que buscan anular la capacidad de reacción de la mujer y que son efectivas en la mayoría de los casos. La creación de bulos sobre la víctima, el enfrentamiento con los compañeros y la erosión de su perfil laboral a través de técnicas como la supresión de funciones son siempre maneras de minar la voluntad de la trabajadora.

Causas antropológicas

La antropóloga y activista Conchi Unanue Cuesta ratifica las palabras de Begoña. Ella defiende, citando a Judith Butler, que hay cuerpos y realidades que no importan y por tanto su sufrimiento tampoco es importante, ni urgente. «Que nadie tenga duda que los cuerpos y realidades de las mujeres están dentro de ese grupo», defiende.

La primatología ha estudiado las costumbres sexuales de los simios y, en concreto, la violencia ejercida sobre las hembras. Miquel Llorente, presidente de la Asociación Primatológica Española (APE) considera que en modo alguno puede hablarse de ‘huella biológica’ en el análisis de las conductas de violencia sexual sobre la mujer. Resalta que las conductas sexuales de los orangutanes, por ejemplo, obedecen a una estrategia de reproducción que les ha funcionado, de la misma manera que a los babuinos, pero deja claro que en ningún caso puede asimilarse el comportamiento de los primates superiores al de los seres humanos. «¡Cuidado! Estamos hablando de algo muy serio. No podemos caer en ese error», defiende. Miquel Llorente recuerda que el ser humano es un animal supercultural y si bien es cierto que hay un componente biológico importante, «eso no justifica nada». «El hombre es un ser inteligente capaz de regirse por el sentido de la ética y una moral superior», advierte.

En los mismos términos se expresa Conchi Unanue, que echa mano de la antropóloga Françoise Heritier para explicar que el hecho de que la subordinación femenina sea universal no significa que tenga nada de natural, como tampoco lo tiene la violencia machista. «Aunque se intenta explicar la agresividad masculina como un vestigio bestial, una recaída en el animalismo, se trata de una explicación sin fundamento», advierte.

La experta se pregunta la razón por la cual una mujer sobre la que se comete un delito suele ser cuestionada, un extremo que se repite en todos y cada uno de los casos de acoso sexual. Incluso en el ámbito judicial. Aún rechinan los argumentos machistas de José Luis García Ancos, fiscal en el juicio de acoso sexual de Ismael Álvarez. Éste puso en duda los argumentos de Nevenka Fernández al considerar que la víctima no era tal con unos argumentos llenos de carga subjetiva: «Usted no es una empleada de Hipercor a la que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos», le espetó a la víctima.

La antropóloga considera que parte de la responsabilidad de que el acoso sexual siga ocurriendo se debe a que vivimos en sociedades que históricamente han discriminado a las mujeres por ser mujeres. «No se encuentran exentas de tener ideas preconcebidas de lo que significa ser una mujer en la sociedad y el comportamiento que consideran que ellas deben tener. Estas decisiones justifican a los agresores y culpan a las víctimas de esta violencia», lamenta.

Consecuencias para la víctima

Las consecuencias para la víctima son siempre devastadoras. La psicóloga de Adavas hace hincapié en dos emociones básicas con las que la agredida debe vivir: rabia e impotencia ante el ataque a su dignidad que como mujer supone un acoso sexual. Además, se le une un proceso de estrés que puede degenerar en sentimientos de vulnerabilidad, impotencia y aislamiento, depresión o ambivalencia, bloqueo y temor generalizado, bajada de la autoestima o sentimientos de indefensión. Begoña Pérez explica además que muchas mujeres sienten culpabilidad, y se reprochan no haber sabido reaccionar ante el chantaje, la manipulación y otras estrategias que el acosador suele utilizar para conseguir su objetivo. «El acosador juega con ventaja, tiene el poder, y amenaza con despidos, suspensos… por lo que muchas mujeres se sienten indefensas, no son capaces de tomar una decisión por el bloqueo que les produce esta situación de estrés».

Tal vez por ello, y según se asegura desde UGT, las denuncias de actos de violencia contra las mujeres son muy escasas. En España se denuncian sólo la mitad de los casos de mobbing que la media europea (un 8% en España frente al 14,9% en Europa).

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