Diario de León
León

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Estoy parada en medio de la calle, como en esas ocasiones en las que, de repente, olvidas hacia dónde ibas. Hace frío, pero no tanto como para reanudar el camino, así que continúo inmóvil, pensando de nuevo qué tenía que hacer. Entonces, de repente, alguien pasa a mi lado. Siempre doy vueltas a las razones por las cuales hay personas a las que ves y otras que siguen siendo invisibles, a pesar de que cada día se crucen contigo. Apenas alcanza los quince años, pero aparenta más. Sonríe, y puede que sea esa mirada la que haya hecho que comience a seguir sus pasos hacia aquel supermercado, ese mismo al que, ahora lo recuerdo, me dirigía. Me acabo de fijar en sus zapatos, unos zapatos limpios pero roídos, unos zapatos que, de grandes, le obligan a caminar como si aspirara el suelo. Me acerco un poco más para verle y, de nuevo esa sonrisa, plácida y tranquila, como la de cualquier adolescente que a esta hora está en clase. Revuelve entre los pasillos de la tienda. Se ha parado en el mostrador de los cepillos de dientes y se mete uno en la cazadora, una chaqueta que ha tenido ya tantas vidas que hace tiempo que dejó de dar su verdadera cara. Continúa hacia la zona del pan y se vuelve para comprobar que nadie le contempla. Sólo yo lo hago y siento una enorme vergüenza. ¿Quién soy yo para inmiscuirse en su intimidad? Un producto de una sociedad que tan sólo mira y que, en ocasiones se siente culpable para lavar la comezón que nos hace ver que no, no nos merecemos la vida que llevamos. Un poco más allá se ha parado con un grupo de jubilados a los que saluda con afecto. Lo intento, pero no llego a escuchar lo que dicen. Uno de ellos se gira y le mira con amargura. Ese chico, apenas un niño que sonríe para disimular una vida de tristezas, un chico que falta a clase para robar comida y cuyos zapatos gigantes le hacen volar. Legiones de niños como él abandonan cada día la infancia para que en este lado del mundo los haya que sigan jugando con las vidas de los demás. He vuelto a mirarle. Me gustaría ayudarle, pero hay un mundo entre nosotros, ese que hace que todo siga igual, que nada cambie, que todos seamos culpables.

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