Diario de León
Pedro García Trapiello

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Odio los aguardientes arreglados salvo dos: el de endrinos o brunos ciegos, pura medicina para el enfriamiento de barriga y esa melancolía tan usual aquí en invierno, y el cuturrús que hacía mi tía Rosina por ser de Puente de Domingo Flórez con su amecido secreteado de nueve hierbas y café para darle sabor y color de coñac requeteviejo (ámbar caramelo si fue bien colado). El resto de «orujos de componenda» es cada cual hijo de su madre y, como es sabido, no todas las madres son buenas, así que en esta materia debe gobernarnos la duda... y cierta distancia prudente.

La ratafía, esa que primero llevó Torra a Puigdemont y el lunes a Sánchez, es un aguardiente como el cuturrús, con mucha hierba, pero sin café (que cuesta, noi), así que lo cambian por nueces verdes cogidas por san Juan (y bien baratas que salen), esas nueces que le dan al orujo un toque agrio y repelente al mezclar taninos y nogalina, el tinte que sale del nogal y con el que se pinta la madera clara y barata para parecer algo (allá ellos si quieren pintar su estómago de caoba para ennoblecer así sus tragaderas).

Desde que Puigdemont se hizo fotos con la garrafina de ratafía que Torra le llevó a Berlín, los fabricantes de este licor están asombrados de cómo se ha disparado su demanda en Cataluña al convertirse en signo de la catalanidad destilada, puro zumo de nación, y por ello, en la bebida consagrada para las eucaristías independentistas donde se comulga bajo las dos especies: la ratafía y la empanada (mental).

Pero regalando ratafía en su visita a Moncloa, Torra perdió su gran oportunidad comercial, tan sagrada y exigida por la genética catalana: llevarle al moncloíta las famosas anchoas de L’Escala y robarle así mercado a las de Santoña del Revilla que, además, una vez les amenazó cerrar sus embalses y dejarles tieso el Ebro a los catalanes con agua para dos grifos. Esas anchoas aún pueden pasar esa frontera virtual que ya no deja de recrecer entre españoles y catalanes, pero la ratafía que ni sueñe pasar el Ebro porque más de media España se la va a devolver para que se hagan enemas con ella.

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