Diario de León
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León

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esde hace unas décadas, nuestra sociedad se ha ido acomodando a una dinámica del interés. Todo tiene su precio, nada se hace gratuitamente —decimos—. Aquellas famosas «hacenderas» han ido cayendo en desuso. Apelamos al Ayuntamiento o al Estado antes que al compromiso social.

Es verdad que el corazón humano sigue sorprendiéndose con las acciones propias de la dinámica del don, pero como algo anecdótico o incluso heroico, no apto para el común de los mortales. Así, la entrega desinteresada de un misionero o misionera, o la decisión de una persona de exponer su vida al peligro por salvar a otras, siguen provocando profunda admiración. Sin embargo, tras la admiración nos volvemos a los parámetros del interés.

En el Evangelio de este domingo Jesús nos dice: «Guardaos de toda clase de codicia». Fácilmente nos damos cuenta de lo revolucionario de esta petición. Cuando todo nos empuja a tener, a buscar seguridades materiales, a hacer acopio de bienes y riquezas, el Señor nos pide que desterremos toda clase de codicia. La codicia es una de las causas de más enfrentamientos y divisiones entre los seres humanos. Esa avidez enfermiza de amasar riquezas nos llena de cosas y nos vacía por dentro, cosa que casa perfectamente con la actual falta de trascendencia y se manifiesta en la permanente y hasta obscena adoración del dinero.

Para hacernos sensibles a esta desastrosa realidad, Jesús narra una parábola: un hombre rico que vivía para acumular cosas…y sueña con un futuro feliz construido por sus manos: «Hombre, tienes bienes acumulados, para muchos años… Date buena vida». Pero su futuro no está en sus manos. «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?».

Concluye el Evangelio con una alternativa que conviene meditar: ¿amasar riquezas para sí o ser ricos ante Dios? Este es el dilema. De la elección dependerá el sentido y peso de nuestra existencia. Mirar para otro lado no parece la mejor solución.

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