Diario de León

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Kent Lau no tenía intención de acudir a la entrevista que su mujer, Billie Wong, había concertado con este periódico. Sin embargo, en el último minuto, cambia de opinión. Cree que es importante que se conozca el devastador efecto que tres meses y medio de protestas están teniendo en la sociedad de Hong Kong. Está nervioso, porque es su primera entrevista y porque no tiene permiso del Cuerpo de Policía para hablar con la prensa. Este periódico cursó una petición oficial para entrevistar a un agente, pero fue rechazada. Por eso, tanto su nombre como el de su mujer son ficticios, y él solo accede a ser fotografiado sin que se le vea el rostro.

Lau es policía desde hace 28 años. Ingresó cuando Hong Kong todavía era británica, y no recuerda un momento en el que los agentes fuesen más odiados que ahora. Wong, artista, está frente a la barrera que crean los antidisturbios, porque asiste de forma asidua a las multitudinarias manifestaciones que, desde junio, exigen más democracia para esta Región Administrativa Especial de China. Ella no apoya las acciones violentas contra la Policía, pero se muestra comprensiva con los jóvenes que lanzan cócteles molotov a los compañeros de su marido. «Hay mucha desesperación y se ha demostrado que las movilizaciones pacíficas no dan resultado», justifica.

Además de 19 años de matrimonio, Lau y Wong tienen algo más en común: un hijo adolescente. Por eso, acuden a la cita con una copia del manual que se ha distribuido entre familiares de policías con hijos en edad escolar. En él se dan consejos para evitar que los niños estén excesivamente expuestos a la división social, reducir las posibilidades de que sean víctima del ‘bullying’ en clase, y qué hacer si ya es demasiado tarde.

«Hong Kong era una sociedad pacífica. Incluso durante el Movimiento de los Paraguas, en el que estuve destinado a la primera línea, no se vio tanta rabia. Y, sobre todo, la sociedad no se posicionó de forma tan clara contra la Policía», comenta él apesadumbrado. «Crecimos creyendo que la Policía estaba para protegernos, pero ahora nos hemos dado cuenta de que es un instrumento al servicio de China, y de que nos ve a todos como criminales», le responde ella.

Lau reconoce que Wong está en lo cierto. Al menos en parte: «Hay quien cree que la Policía debería ser independiente. Lo cierto es que está al servicio de un Ejecutivo dictado por Pekín». Y eso está teniendo consecuencias claras dentro del Cuerpo. «Cada vez es más difícil reclutar a nuevos policías. Y su nivel está bajando mucho: un amigo que suspendió seis veces terminó siendo aceptado por necesidad de personal. En cualquier caso, hay muy poco debate dentro del Cuerpo», comenta Lau. «El Gobierno está utilizando a la Policía para resolver un problema que es político», dispara Wong.

Los dos bandos

En esta coyuntura, Lau admite que ya no se presenta como policía. «Digo que trabajo en seguridad», sonríe. Pero a quienes lo conocen desde hace tiempo no puede mentirles. «Hay amigos de toda la vida que me han borrado de Facebook y me insultan en WhatsApp. Los dos bandos que ya se perfilaron durante las revueltas de 2014 —prochinos y prodemocracia— se han radicalizado y ya no hay espacio para el término medio», afirma.

Eso se aprecia claramente en las calles, donde la violencia ha escalado hasta niveles preocupantes. «Creo que estamos actuando de acuerdo con la ley, pero es cierto que algunos compañeros se han excedido. Hay vídeos en los que se ve claramente cómo utilizan fuerza innecesaria para reducir a quienes no se resisten. Hay demasiada tensión y es fácil cometer errores». Lau pone un ejemplo: «Un oficial que nos solía advertir de no saltarnos el procedimiento fue grabado dando golpes a diestro y siniestro con una porra extensible no autorizada». Lau y Wong concuerdan en un punto: si la situación no mejora, es solo cuestión de tiempo que el conflicto deje víctimas mortales.

«Después de los incidentes del 31 de agosto en la estación de Prince Edward —en los que la Policía cargó con brutalidad dentro de los vagones del metro—, le pedí a mi marido que dejase el Cuerpo, e incluso pensé en divorciarme si no lo hacía», recuerda Wong. Pero la realidad económica se impuso. «Soy el sustento de esta familia, y el Cuerpo proporciona muchos beneficios y un salario decente. Si lo dejo, tendríamos que cambiar radicalmente de tipo de vida», añade él.

Según avanza la conversación, se hace evidente que las posiciones de Lau y Wong no están tan enfrentadas en el plano político. Ella exige que se concedan las cinco demandas de los manifestantes —entre las que destaca el sufragio universal—, pero él no aprueba la cuarta. «No se puede conceder la amnistía a quienes se han saltado la ley. En un Estado de Derecho, eso es inconcebible. Cada cual tiene que hacer frente a las consecuencias de sus actos. Si provoca destrozos o agrede a alguien, tendrá que pagar por ello de acuerdo con lo que dice la ley. No entiendo que quienes exigen democracia se salten una de sus características básicas», critica Lau.

Curiosamente, el agente apoya que se abra una investigación independiente sobre la actuación de la Policía. «Carrie Lam —la jefa del Ejecutivo— ha ofrecido que la lleve a cabo nuestro organismo interno, pero es evidente que tenderá a tapar las actuaciones más críticas». Eso sí, Lau desmiente que haya policías chinos infiltrados entre los antidisturbios o los temidos Raptors, las unidades de elite. «Es cierto que ha habido agentes de Shenzhen —la ciudad al otro lado de la frontera con la China continental— asistiendo como observadores. Pero no han participado», sentencia.

Wong no duda en calificar de «terribles» los meses de protestas que sacuden Hong Kong. Sin embargo, también cree que las manifestaciones han devuelto la esperanza: «Hay mucho dolor, pero también está siendo glorioso. La gente ha despertado y comienza a rebelarse contra la injusticia de una sociedad regida por unos pocos ricos que someten a una mayoría obligada a vivir en jaulas. Y ya no aceptamos con resignación lo que quiera imponer Pekín en lo político. Poco a poco, comenzamos a creer que podemos cambiar las cosas para que 2047 —año en el que el centro financiero se integrará por completo en China— no sea el infierno».

Las protestas, que se convirtieron en masivas en junio a raíz de una polémica propuesta de ley de extradición, se han sucedido durante más de 100 días en la región administrativa especial y han mutado hasta convertirse en un movimiento que busca una mejora de los mecanismos democráticos que la rigen y una oposición al autoritarismo de Pekín

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