Diario de León

Miro la blancura, la condición del blanco

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León

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josé enrique martínez

Supongo que todos los lectores nos hemos percatado de la singularidad de los títulos de Juan Carlos Mestre, de Antífona del otoño en el valle del Bierzo (1986) a La bicicleta del panadero (2012), por poner un par de ejemplos. En la misma sorpresa que causa el nuevo título, Los antecedentes penales del blanco, antología que pretende recoger los poemas de Mestre relativos a la pintura. El rótulo procede de un poema que enuncia: «Me desconciertan dos cosas. Una, los antecedentes penales del blanco...; otra, la fecundidad de lo negro que me sigue los pasos». La antología la elabora Raquel Ramírez de Arellano, que traza un prólogo muy mestriano como puede observarse con esta cita alusiva al léxico del poeta «horneado a la manera de los obradores que plisaban las hojas de masa entre sus dedos durante las larguísimas horas de la madrugada». No resulta extraño que alguien pensara en una antología de este tipo, dada la fecundidad creativa del poeta en otras artes, sean la música, la pintura, los grafismos o los «artefactos» de distinto signo. Las mismas dedicatorias amistosas de sus libros resultan un universo de imaginación, magia y color.

La poesía sobre pintura goza de una dilatada y prestigiosa tradición. Nuestros clásicos la cultivaron con ahínco y aun inventaron verbalmente cuadros inexistentes, caso de Garcilaso en la égloga tercera o de Cervantes en el Persiles. El pasado siglo alumbró libros enteros de poemas sobre pintura, como, por señalar algún ejemplo, Museo (1907) y Apolo (1920) de Manuel Machado y A la pintura (1945) de Alberti. Existen dos modos, al menos, de acercarse poéticamente a un lienzo pictórico: la primera consiste en describirlo, con el fin de que el lector pueda representárselo; decía Antonio Machado que el soneto de Góngora sobre el Greco «es ya pintura más que poesía»; el otro modo es propiamente el de Mestre: un lienzo o la obra toda de un pintor excita los sentidos y la palabra vuela libre por los espacios frondosos de la imaginación y la fantasía; la obra ajena es un estímulo más para la creación de un mundo de belleza verbal en versos que se expanden sobre la página difuminando los límites tradicionales o canónicos, como en el poema que habla de «suplantar el hábito, obstruir la simplicidad», o como Picasso al crear «geometrías gozosas en las leyes de nadie», tal como expresa uno de las más hermosas composiciones del poemario Sermón de la ceniza.

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