Diario de León

Cornada de lobo

Un pañuelo y una madre

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León

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Quedé en contarte la historia del pañuelo de Tonchi y en ello estamos. En la chaqueta cruzada de Antonio Alvarez lucía cada día con sus picos tiesos o desmayados un pañuelo distinto y planchadísimo. Calzaba entonces Tonchi los sesenta tacos, solterito contumaz, y llevaba la vida de gozosa rutina que lleva el que vive de rentas, celebrador diario de la noche, de modo que solía acostarse a esa hora en la que se levantan los canónigos y los pecadores caen en la piltra. Se allegaba a su casa en taxi y dormía largamente la mañanita como el abad de la Cucaña en los Cátuli Cármina. En esa profundidad del sueño regalado no se enteraba cuando su madre, doña Agustina, entraba en el cuarto y le dejaba sobre la mesita cada día un pañuelo limpio, que no tendría más noticia si entre sus pliegues no se escondiera algo así como un secreto cómplice entre madre e hijo, un detalle, todo un estilo, pues aquel pañuelo ocultaba cada mañana... ¡un billete de cinco mil calandrias!... toda una propina que en aquellos años setenta significaba llenar el peregrinaje noctámbulo de cena, copeo, rondas y cabaret, ¿al Siroco o al Yuma?, no jodas, Tonchi, que son las cuatro y media y a las nueve hay tararí de diana. Alojando esondidamente aquel billete diario en el pañuelo, doña Agustina hacía gala de un estilo conmovedor, ¿o crees que desconocía las noches de Tonchi y el firuleo por la bají de la nait cazurra?... Y allí estaba la propina. O la ración, quién sabe; quizá su madre le administraba así unas rentas que se aviejaban y enflaquecían, gobernando el capital hasta el final de sus días, costumbre de esta tierra en la que no se traspasa la herencia hasta la hora de la tumba. Pero, ya fuera propina cómplice o ración, lo cierto es que ocultaba aquel billete, que es como darlo sin dar, ahí lo tienes, no has de devolverlo ni deshacerte en gratitudes, es la rutina, es lo normal, ocurre todos los días, es un fácil milagro de mesita, un pañuelo limpio que ilustraba la estampa enseñoreada de un Tonchi arrumbado en cortesías... ¡taxi!... por favor, caballero, llévenos usted al Universal. Y doña Agustina, al fondo de la historia, tapaba con un pañuelo la boca del destino. Discreción de madre. Piadosa complicidad. La absolución callada.

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