EL CAMIÓN QUE CAYÓ EN EL RÍO NOCEDA
La revolución minera del 34 en San Román de Bembibre: cuatro muertos y tres lápidas
En los primeros días del mes de octubre de 1934, tiene lugar en todo el territorio nacional, y con singulares características de violencia en la provincia de León y Asturias, el estallido de un movimiento revolucionario que tendía a derribar por la fuerza de las armas al Régimen y Gobierno constitucional establecidos, sustituyéndole por otro de acuerdo con las apetencias de quienes a la subversión se lanzaron.
La consigna revolucionaria fue cumplida por numerosos afiliados a partidos políticos extremistas de los poblados de la cuenca del Sil, donde avisándose a los simpatizantes y reclutando personal con amenazas y represalias por haberse proclamado la revolución social llegó a formarse una columna rebelde de más de quinientos hombres, organizada militarmente con sus correspondientes mandos y armamento, procedente de las requisas una parte y del previamente preparado otra. También los asaltos de polvorines de minas y establecimientos industriales proporcionó a los rebeldes abundantes explosivos que utilizaron como elementos de destrucción y combate.
Los precedentes párrafos no pertenecen a un ensayo escrito noventa años más tarde de los hechos, sino que integran la primera de las conclusiones provisionales que formula, el 16 de septiembre de 1935, el fiscal jurídico militar en una de las varias causas judiciales abiertas a raíz de los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, acaecidos en la cuenca del Sil y del Boeza, en el Bierzo leonés, y que enmarcan localmente unos hechos de alcance nacional.
Conforme a la cronología sumarial, tras los graves incidentes y destrozos de inmuebles de los días cinco y seis de octubre de 1934 en Matarrosa, Toreno, Santa Marina del Sil y antes en Páramo del Sil, —«donde es atacado el cuartel de la Guardia Civil y copado por los rebeldes, una vez que dieron muerte a dos de sus defensores y pusieron fuera de combate a los restantes por estar heridos»—, en la mañana del día siete, la columna de revolucionarios sale hacia Bembibre y, antes, en las inmediaciones del puente de San Román, tiene lugar un violento tiroteo a un camión militar que según el relato del fiscal, «acertó a pasar por allí», con el resultado del camión precipitado al río Noceda y la muerte de cuatro militares.
La expresión del fiscal no es gratuita y apunta a que el enfrentamiento no debe enmarcarse en la dialéctica de la represión de los mineros revolucionarios por las fuerzas leales al Gobierno, sino que fue producto de la casualidad.
En efecto, en informe obrante en el expediente de uno de los militares fallecidos, se afirma que resultó muerto «al ser atacado por los revoltosos un camión militar en el que el interesado regresaba a Coruña desde la Plaza de León después de haber dejado en dicha Plaza de León municiones de guerra que cumpliendo órdenes de la Superioridad habían sido trasladadas en dicho camión desde el Parque Divisionario número ocho de guarnición en Coruña, habiendo tenido lugar la agresión a dicho camión en el puente existente cerca del pueblo de San Román…», paso obligado del entonces trazado de la N VI.
Se puede concretar que tales municiones eran «bombas destinadas para las operaciones en la cuenca minera de Asturias», conforme al escrito que desde el Regimiento de Infantería «Zamora» se dirige el 18 de octubre al Ministro de la Guerra, dándole cuenta de los fallecimientos.
Expresiva es la manifestación sumarial transcrita de uno de los revolucionarios sobre los pormenores del enfrentamiento con los ocupantes de la camioneta militar ATM núm. 2694, marca «Citroën», adscrita al Regimiento de Infantería «Zamora» núm. 8, con sede en La Coruña : «los apostados, obedeciendo las consignas de sus jefes, intimidaron a los soldados a los gritos de ¡Alto¡ y ¡ Viva la revolución social¡
Como la camioneta no se detuviera hizo con sus compañeros descargas cerradas al vehículo, observando que éste se deslizaba al rio donde fue a parar volando; que el sargento jefe de la expedición pidió a sus asesinos que no le mataran, hallándose dentro del rio, y por toda contestación recibió descargas cerradas hasta que quedó muerto, puesto que según el manifestante este jefe fue el causante de que sus soldados no se sumaran a la revolución social, significando que en el ardor de la lucha, el manifestante no se daba cuenta de los hechos que se realizaban y que sus disparos eran para redimir a la humanidad del oprobio en que los revolucionarios se hallaban», mientras que otros implicados declararon ver «como soldados muertos estaban en una huerta tapados con una mantas».
La causa inmediata de la caída de la camioneta al rio es apuntada por los peritos J. L. Medrano y M. M. Latorre, militares adscritos al Parque Central de Autoridades de León, quienes después de hacer referencia a los múltiples disparos de perdigones e impactos de bala que sufrió la camioneta siniestrada señalan que «en la portezuela izquierda y marco de su ventanilla presenta una perdigonada y tiene el cristal intacto y bajado, lo que hace suponer y sospechar que estos perdigones y algunos otros proyectiles que no han dejado huella, los recibió el conductor y por ello quedó sin su gobierno el coche, originando su precipitación al rio».
Los daños materiales causados en la camioneta, serían tasados en 2.630 pesetas, mientras que las prendas de los soldados —casi todas en primera vida, recalca otro perito militar— se elevarían a 1.595,01 pts y el armamento inutilizado a 1.375,70 pts., haciéndose constar, en este caso, que los portafusiles lo eran en tercera vida, con el siguiente detalle y precisión militar: «capotes manta, ocho; tabardos, siete; cascos, siete; correajes, ocho; guerreras de lana, siete; pantalones de lana, siete; bolsas de costado, siete ;sacos de morral, siete; correas manta, siete; cantimploras, siete; vasos, siete; platos, siete; portafusiles, ocho».
El Diario de León de trece de octubre de 1934, daba cuenta de los hechos relatando que «Los zulús (sic) tirotearon el domingo por la mañana (...) a un camión de Intendencia (…) Muerto el conductor del vehículo se despeñó éste cayendo al rio, a donde les fueron arrojados por los forajidos varios cartuchos de dinamita, resultando muertos el sargento y tres soldados y heridos graves el resto de los ocupantes (…). Los muchachos del 36 —entendemos que debe referirse a la Compañía del Regimiento núm. 36, con sede en Astorga, encargada de revertir la situación— recogieron a primera hora del lunes los muertos, dándoles sepultura en San Román».
El mismo periódico recordaba estos sucesos dieciséis meses más tarde, pues en su edición de once de febrero de 1936, cinco días antes de la fecha de las terceras y últimas elecciones de la II República, que dieron la mayoría parlamentaria al Frente Popular, publica una alusión peculiar a los hechos con un final solamente inteligible teniendo en cuenta el contexto electoral : «Los muertos de S. Román: Alegres, confiados, marchaban los soldaditos, después de las maniobras militares de Astorga, en un camión para Coruña. Con nadie se metían los muchachitos y a nadie hacían mal aquellos hijos del pueblo. Una descarga en San Román de Bembibre; el auto, sin conductor, cae al rio; allí siguen los revolucionarios disparando y tirando cartuchos contra los infelices soldados. Cuatro muertos y cinco heridos graves en esta salvajada de la revolución.
De la revolución que se presenta ahora a luchar en las urnas. Leonés: ¡ a dar la batalla en esto¡»Las víctimas mortales fueron el sargento Fernando Diez Buendía y los soldados Angel García Morandeira, Leoncio Cabello Sevares y Manuel Francisco García Pérez, con ascendencias en León; en la parroquia de Nodar/ San Mamede de Nodar del Ayuntamiento de Friol (Lugo) y Cereceda, localidad del Ayuntamiento de Piloña (Infiesto), en Asturias. Resultaron heridos de diversa consideración, el cabo Evaristo Herbella Yebra y los soldados: Ovidio Sella Padín, Victoriano Robles Ordóñez y Ángel Muñiz Ferreras.Los cuerpos de los cuatro fallecidos en San Román no fueron enviados a sus lugares de procedencia para su inhumación.
Como se decía por el Diario de León, se encuentran enterrados en tres tumbas contiguas, con sus correspondientes lápidas de mármol, en el cementerio de Matalegrija de San Román, «muertos gloriosamente por la Patria», como se lee en la lápida izquierda. En la derecha, el epitafio «No habéis muerto. Vivís perpetuamente en las filas del Regimiento de Infantería «Zamora» núm. 8.Vuestra sangre matizará la Aurora de la Patria ¡ Gloria a España¡ «. Y en la del centro, como custodiada por las otras dos, el escudo del arma de Infantería con su trompa, arcabuz y espada, pero sin, lógicamente, la corona real del escudo oficial vigente hoy, por motivos obvios de coetaneidad republicana de los hechos.
Es el recuerdo y memoria de aquellos trágicos hechos en el pueblo de San Román, cuando ya han transcurrido más de noventa años desde los mismos, conservándose el conjunto funerario en buen estado y en el que a lo largo del año es improbable que falte un motivo floral que manos anónimas, o no tanto, del pueblo de San Román, se encargan de ello, con sentimiento humanitario.
Obviando el análisis de las causas sociales, económicas e históricas que podrían estar en la base de los hechos revolucionarios de 1934; sentado que cualquier tipo de atentado contra los derechos humanos, la dignidad e integridad humana es de todo punto rechazable desde cualquier ángulo que se aborde y a quien afecte, sean servidores públicos o no, el recuerdo y paradigma que patentizan las lápidas del cementerio de San Román no es precisamente asimilable a la experiencia de tantos y tantos familiares de los españoles que, casi noventa años más tarde, siguen siendo buscados y enterrados en cunetas y fosas comunes, tras la barbarie abanderada en 1936 por el mismo general al que el gobierno de la II República encomendó la brutal represión de la huelga revolucionaria de 1934.
D. Félix Gordón Ordás, el ministro republicano leonés y diputado en Cortes, puso de manifiesto las características de tal represión en el informe dirigido el 12 de enero de 1935 al Presidente de la República y en el que, tras su «breve estancia» en la localidad, se refiere a la represión de los revolucionarios en Bembibre, particularizando, entre los aproximadamente doscientos detenidos, el trato recibido por Nemesio Pascual, alias Papines, vecino de Matarrosa, y de Daniel Huerga Merayo y Luciano Domínguez, vecinos de Bembibre, aseverando que «De todos estos malos tratos fueron testigos presenciales el alcalde, el secretario del Ayuntamiento y el secretario del Juzgado municipal, los tres hombres de derechas, que, seguramente, no lo negarían si fueran interrogados».