Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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HOY SE celebran elecciones en Cataluña, que aquí pueden parecer distantes. Sería un error contemplarlas así, porque en ellas entra en danza el sentimiento nacionalista, que, por lo demás, es lo primero que se manifiesta irracional y trasnochadamente en los himnos y que, dada la vuelta de tortilla en el actual estado de las autonomías, ya no son cantos heroicos, victimistas y reivindicativos de pueblos autóctonos oprimidos por el centralismo, sino un aviso para la población que emigra desde el resto del Estado a las llamadas comunidades históricas o periféricas, que paradójicamente en la España moderna son también las más ricas. Los paisanos que han tenido que hacer la maleta aquí para buscarse el cocico por ahí fuera saben algo de eso. En Cataluña, por ejemplo, a ningún payés con sentido común, que allí llaman seny , se le ocurriría identificarse con «El Segadors», un oficio que desde el Conde Duque de Olivares y Felipe V sólo ejercen hoy los moros y algún que otro inmigrante de las dos Castillas o Andalucía, en general de León y Benavente para abajo, por otro nombre charnegos. También en el País Vasco se canta y baila a grandes bricos el «Eusko Guradiak», también llamado aurresku, y nadie se acuerda de los maquetos de la Guardia Civil más que cuando hay inundaciones o le ponen por despiste a uno del PNV una bomba lapa. Y, por último, en Galicia el histórico «Himno a Breogán», el mítico héroe celta, ha quedado reducido a una mera marca de leche. Pero no hay que fiarse. De los himnos nacionalistas que circulan por las diecisiete autonomías españolas el único simpático es el «Asturias, patria querida», que, como la fabada, no cae mal a nadie, si no se abusa. Las demás pobrinas autonomías, por no tener, no tienen ni siquiera himno o les pasa lo mismo que al de León, el cual, si le quitas la letra, te queda «El sitio de Zaragoza». De lo que se deduce que toda la España mesetaria es más o menos igual y que estamos rodeados. Es de agradecer no obstante a los políticos catalanes, y no como otros, que hayan moderado los mensajes electorales desde que empezó la campaña hasta hoy mismo, que es cuando hay que recontar los votos del personal charnego. El socialista Maragall, por ejemplo, se ha olvidado de lo de «del trasvase del Ebro ni una gota de agua». Y el nacionalista de CiU, Artur Mas, tampoco propone ya que el Barça juegue la próxima liga de campeones del pelotón futbolístico bajo bandera andorrana. Seguramente ni se ha impuesto el seny catalán ni están deprimidos. Ni piensan volver a segar, por supuesto. Lo más probable es que las encuestas manden, como siempre. «¿Cómo vas a negarles el trasvase a los de Murcia, sin son mayoría en Hospitalet del Llobregat?», le habrán avisado sus asesores de imagen a Pascual Maragall. O «¿Quieres que se pasen todos los boisos nois al Español y olvidas que la Generalitat es más que un club», los de Artur Mas. Quedan los de Iniciativa por Cataluña, un sofrito de verdes y excomunistas, y los de Esquerra Republicana, ambos partidarios de tirarse el monte independentista, aunque allí ya todo está urbanizado. «No son tan fieros como los pintan», tranquilizan ahora Maragall y Mas a la población, echando cuenta de futuras coaliciones con cualquiera de ellos como socio de gobierno. Podría ser, pero tampoco estaría de más que hubieran aclarado antes su política de pactos a los electores. Porque de los resultados electorales de este domingo y de lo que cuelgue en los dichos pactos no sólo va a salir quien mande en Cataluña de hoy para cuatro años, sino luego, en marzo, para el resto de España por otros cuatro. Cuando no hay mayorías absolutas al estilo anglosajón la política hace extraños compañeros de cama. Es para echarse a temblar cada vez que en Cataluña o Euskadi ganan los nacionalistas las elecciones -y tanto Pascual Maragal como Artur Mas lo son a tope- sin que ni el PP o el PSOE alcancen en el resto del país mayorías absolutas. Porque entonces el AVE que estaba previsto pongamos que a Santas Martas camino del Bierzo o de Pedrún cambia inevitablemente el rumbo vía Casteldefells o Hendaya. So pretexto de la gobernabilidad del Estado, naturalmente. Y lo mismo puede decirse de las demás inversiones públicas, objeto de cambalache cada vez que uno de los dos partidos mayoritarios precisaba de pactos en Madrid para imponerse al otro. De hecho, las autovías que ahora atraviesan León se deben a Fraga o, en el peor de los casos, a Cascos. Quién sabe si en el futuro a Letizia. En cuanto al PP en Cataluña, es harto dudoso que el candidato Piqué saque algún voto. Quiere picar aquí y allá, pero tiene el mismo carisma que una mortadela de Casa Tarradellas. No sabe a nada.

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