Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

No hay novedad, señora baronesa

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VICTORIANO CRÉMER
León

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YA A ESTAR y a las otras alturas nadie duda de que España va bien. Con singular destreza estamos salvando el trágico bache de la guerra, de todas las guerras y jugamos con no menos habilitad a situar nuestros elementos económicos donde mejor nos queden. Quien dijera aquello o esto de que «España va bien», como aquel otro que esculpiera en piedra las tablas de Hacienda asegurando que Hacienda, lo que se dice Hacienda, somos todos, mereció ser galardonado con la Medalla de Inventores. Lo que ocurre, lo que parece como si el diablo cojuelo de nuestros más gloriosos antecedentes se empeña en demostrarnos es que muchas veces cuando nos enfrascamos y nos envolvemos en frases tan decisivas como las que mencionamos, cuando más exaltados estamos dando por vencidos a los malos de toda la película, «sube el precio del pan». Oiga, no es mucho, ya lo sabemos. Poco más de cinco céntimos de miga dicen, pero cuando el pan sube hasta Marte se siente afectado. En la España histórica y de verdad, los indígenas rara vez se sublevaban, salvo cuando al político de turno o turnante, para equilibrar los presupuestos se le ocurría subir el pan. Entonces, sí. Entonces, los comedores de trigo molido y horneado se echaban a la calle, guitarra al costado y por todas las esquinas dejaban el crudo mensaje: «Dice el «Liberal» ahora/ que el Conde ya dejó el poder, que las cosas se complican / tanto que no podrá volver. Dicen los unos/ que España está tranquila/ que no tengamos miedo, pero se sube el pan/ los otros dicen la guerra nos conviene pero al sonar un tiro/ se escapan como el can... «El Liberal». Si hasta nosotros llegan las atroces informaciones procedentes de los países más hambreados del mundo, como Tanzania o Malí o China, por las cuales nos enteramos de que la fiebre de los pollos no pasarán, o que en la refriega electoral en la cual estamos metidos hasta el cuello, acabarán ganando los de siempre o sea los suyos, a la espera de que lleguen los nuestros, nos consolamos pensando en que más se perdió en Cuba o en Filipinas, por culpa de los americanos del Norte y que lo triste es que se suba el precio del pan, que es para nosotros, como el signo que regula nuestra capacidad de estabilidad y de complacencia. Todos estamos bien, España es lo mejor, pero se sube el pan. Al fin hemos llegado a una fórmula salomónica para conjugar nuestros errores catalanes, metiendo a un feroz republicano en la gobernabilidad de la Generalidad. Y con susto por todo el cuerpo nos preguntamos: «¿Fue esta aventura la que produjo la subida del precio del pan?». En Madrid, rompeolas de todas las Españas habidas y por haber, se reúnen los cómicos y unos deciden que conviene negar legalidad a la guerra y otros que lo que de verdad conviene es declarar fuera de la ley a la otra parte contratante. Y mientras, se sube el precio del pan. Esto no es una profecía ni una advertencia, es si se quiere, una información veraz concedida especialmente a nuestros colaboradores espaciales, los cuales nos aseguran que aquel de los partidos políticos, metidos en la pelea electoral, que no se pronuncie radicalmente contra la subida del pan perderá la elección. Porque en España y en Vigo/ una cosa es predicar y otra dar trigo. Y pan. Que ya lo dijo la famosa: «Con pan y sin pan, resistid». Y, claro, como no había pan, hubo tortas. Y perdieron.

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