Diario de León

El paisanaje

La península Barataria

Publicado por
Antonio Núñez
León

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ES CASI seguro, en contra de lo que opina el tesorero de la Sociedad General de Autores (SGAE), que las tres obras más vendidas en la historia de la humanidad sean la Biblia, Hamlet y el Quijote, si bien todas estén un tanto devaluadas y ninguna genere derechos de autor. Los que las escribieron tampoco llegaron a sacar gran tajada de su fenomenal ingenio, al menos en vida, aunque luego los editores se forraran, como suele pasar siempre: el tal Cristo murió en una cruz, Shakespeare comía las sobras en la Casa Windsor, a cuyas alegres comadres inmortalizó en un librillo que ni les sonará a Carlos y Camila, y Cervantes, el Manco de Lepanto, sufrió cárcel por meter la mano que le quedaba en el cajón del pan de la Casa de la Moneda de Sevilla, donde se acuñaba el oro que traían los aventureros americanos a paladas. Así es la vida del artista. Allá la SGAE con sus estadísticas de superventas y top-manta, pero barrunta uno que, después de los tres autores antes citados, quedan muy lejos Manolo Escolar, Sabina y Ana Belén. Ni que decir tiene que Mein Kampf (Hitler) y El capital (Carlos Marx) hace tiempo que ya no venden. Ni intercambiando los títulos, que lo serían. Nos quieren alegrar la vida ahora con motivo del cuarto centenario de El Quijote , asegurando que lo han leído todos los españoles, empezando por el presidente del Gobierno, señor Zapatero. La idea para levantar la cultura y la moral de la nación no es mala, pero tiene un fallo: servidor no lo ha leído entero ni de coña y mi vecino tampoco. Más allá del tercero no hemos osado indagar, por si acaso, siendo de temer que en el resto del bloque pase lo mismo, aunque todos lo tengan en la estantería. No vea usted lo que luce cuando llegan las visitas. El otro día hojeando en casa el mío -de hoja, no de ojo- que naturalmente está encuadernado en piel observé que entre lo de «en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...» y el final aquel de «...acreditó su ventura/morir cuerdo y vivir loco» hay nada menos que 973 páginas, descontadas las ilustraciones o santos . Es más que dudoso que el único vecino que las haya leído sea Rodríguez Zapatero, cuya prosa prosaica se mueve a duras penas entre Aquí no hay quien viva y el Boletín Oficial del Estado. En la política de novelón y panfleto que caracteriza desde hace un par de años el devenir de este país, y se dice lo de devenir porque así no vamos a ninguna parte, el telediario te servía el lunes la manifa del Prestige , el martes la de los pacifistas defendiendo al dictador de Irak contra los malos, el miércoles una del 11-M y la concordia de las civilizaciones (que se lo expliquen al Cervantes galeote en Argel), el otro jueves por lo de ETA rediviva en las elecciones vascas, el viernes la estatua de Franco en burra, el archivo de Salamanca y el homenaje al peluquín subversivo de Santiago Carrillo, el sábado toca Papa va y Papa viene y, por fín, el domingo sale el perro policía Rex, que, junto con Chanquete en agosto, son los únicos decentes en toda la programación. Este año también van a reponer El Quijote. Ya era hora, aunque hayan pasado cuatro siglos. Así que la clase política y las televisiones han iniciado un curso intensivo de lectura de los clásicos prêt-a-porter que probablemente no pase de ventolera o, como mucho, de molinos de viento. De ahí a que los periódicos lo vendan por fascículos el fin de semana sólo hay un paso que no debe despreciarse: tal que así empezaron Balzac, Victor Hugo y hasta Angela Chaning en Falcon Crest, y hoy todo el mundo quiere ser el Conde de Montecristo o los miserables de «J.R.». No hay mal que por bien no venga después de series infames como la de Periodistas , Policías y Urgencias , etcétera, que tantas falsas expectativas profesionales han creado en las redacciones, el 091 y la Seguridad Social. Volviendo a la política, El Quijote tiene cierta actualidad todavía. Por ejemplo en el capítulo XLV, que trata de «cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula y del modo que comenzó a gobernar», se lee cómo el escudero sin escudilla presidió la insula Barataria, «que se llamaba así por lo barato con que se le había dado el gobierno», según don Miguel (de Cervantes, no Martínez, el del PSOE de San Andrés del Rabanedo). Se lee también que el bueno de Sancho Panza, el cual al lado de Zapatero podría pasar por Moratinos, hizo unas cuantas pifias y luego dimidió «en una decisión resoluta y discreta», que fue muy admirada y aplaudida. Se recomienda encarecidamente a quien corresponda la lectura de los capítulos XLV al LIII de El Quijote , si bien lo de dimitir a tiempo por falta de luces ya haya pasado definitivamente a la historia. De momento, cosas veredes, amigo Sancho.

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