Diario de León
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CARLOS G. REIGOSA
León

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LO DIJO certeramente Felipe González hace unos días en TVE: los europeos vivimos «un proceso de dulce decadencia». Es decir, una etapa que es todavía «dulce» porque, aunque estamos decayendo, todavía vivimos «un proceso de gozo», que tiene una fácil y sólida explicación. No en vano Europa es todavía el lugar del mundo donde mejor se vive, donde la riqueza y la educación están más justa y equilibradamente repartidas y donde la gente se proclama más feliz (malteses, daneses, suizos, islandeses e irlandeses figuran en cabeza en este ránking de la felicidad, según el británico J ournal of Happiness Studies . Todavía un lugar ideal, pues. Sin embargo... Sin embargo, Europa está teniendo unas enormes dificultades para adaptarse y competir en una economía abierta, propia del mundo globalizado. Aquí está su talón de Aquiles. El político francés Nicolás Sarkozy intentó inútilmente explicarles a sus conciudadanos, en sus tiempos de ministro de Finanzas, que estaban hipotecando la vida de sus hijos y de sus nietos y que sus descendientes nunca podrían tener la calidad de vida que ahora tan irresponsablemente estaban disfrutando. Todo en vano. Tan pronto como enumeró la necesidad de mejorar la competitividad y asumir sacrificios y esfuerzos colectivos, los sindicatos se atrincheraron en un «no pasarán» y el presidente Chirac archivó apresuradamente unas reformas indispensables. Todo en aras de un populismo miserable que se alía neciamente con la parte de la sociedad más propicia a apuntarse siempre a una ceguera interesada y cortoplacista. En éstas estamos. Pero Francia no es más que un ejemplo (aunque para mí sea el peor). La postura de los sindicatos alemanes, ratificada en las manifestaciones del 1 de mayo, no es mejor ni más lúcida. También ellos se han apuntado germanicamente al «no pasarán». Lo malo es que el enemigo (la falta de competitividad) ya ha pasado y, aunque la economía alemana mantenga su capacidad de exportación, sigue con un crecimiento mínimo. España debiera aprender en cabeza ajena, pero todo parece indicar que no lo haremos. Así que, después del gozo actual, es muy probable que los acompañemos en su lamentable «no pasarán».

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