Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El crucifijo no genera ninguna discriminación. Calla. Es la imagen de la revolución cristiana que diseminó por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres, hasta entonces ausente. El crucifijo representa a todos. Antes de Cristo nadie había dicho jamás que todos los hombres, ricos y pobres, creyentes y no creyentes, judíos y no judíos, negros y blancos, son iguales y hermanos».

El ingenuo lector puede pensar que estas palabras se deben a algún eclesiástico celoso y molesto por la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la presencia del crucifijo en las aulas escolares. Pues no. Esas frases rotundas y sentidas fueron escritas por la novelista Natalia Ginzburg el 22 de marzo de 1988 en las páginas del diario L-™Unità , órgano por entonces del Partido comunista italiano. Hay que agradecer a G. Fiorentino y F.M. Valiante que las hayan recordado en la edición española de L-™Osservatore Romano del pasado 6 de noviembre. La memoria histórica nos aporta algunas sorpresas imprevisibles.

Las reacciones a la sentencia de Estrasburgo han sido numerosas. El domingo día 8, Jesús Higueras escribía en el ABC que «cuando los Estados y las instituciones públicas desprecian la conciencia de los individuos han perdido gran parte de su legitimidad y olvidado su dimensión de servicio a la sociedad».

En el Tribunal de Estrasburgo había un juez turco y otro serbio. El lunes, día 9, Francesco Alberoni en el Corriere della Sera se preguntaba si esos jueces prohibirán en Turquía la media luna y en Israel la estrella de David y añadía que después de los totalitarismos jacobino, marxista, nazi o musulmán podría nacer un totalitarismo eurocrático que para contentar a todos terminará por prohibirlo todo.

Juan Manuel de Prada en el ABC del mismo día 9, ante la nueva tiranía que ordena la retirada de los crucifijos, escribía: «Cuando alguien se niega a juzgar sus actos, por considerar que están respaldados por una libertad omnímoda, la presencia de un crucifijo se torna lesiva, agónica y culpabilizadora».

También el día 9, tras culpar al Vaticano de innumerables desafueros, escribía Antonio Gala en El Mundo que «hoy el crucifijo no representa ya ni al crucificado: él abrió a todos sus brazos en silencio».

De nuevo en El Mundo Fernando Sánchez Dragó, antes de declararse pagano, escribe el día 11 que «el Crucifijo simboliza el impulso de ascensión y regeneración que in illo tempore obligó al mono a erguirse».

«Europa será cristiana o no será nada». Así se podría traducir el título del libro publicado el 2004 por Mario Mauro, profesor de Historia de las Instituciones Europeas y Vicepresidente del parlamento europeo.

Hay que recordar que la fuerza de los signos se olvida y se pierde si desaparecen o se callan todos aquellos para quienes son «significativos». La presencia del crucifijo en la vida depende de los que en él descubrimos el sentido de una vida entregada por amor. No somos solamente los herederos de una tradición. Somos testigos públicos del valor de la cruz y del amor del Crucificado.

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