Diario de León

La política con exceso de decibelios

Casado tensa su discurso ante sus problemas de liderazgo interno en el PP y la amenaza de Vox en el espacio de la derecha sociológica El territorio de la exageración provoca destrozos a largo plazo, pero hay quienes sacan rentabilidad

Pablo Casado, presidente del PP, este viernes en su visita a Galicia. CABALAR

Pablo Casado, presidente del PP, este viernes en su visita a Galicia. CABALAR

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Ni siquiera la Navidad en puertas, con su espíritu universal, ha servido para apaciguar el clima de crispación política que se ha apoderado de la política española. Las palabras de Pablo Casado —«¿pero qué coño tiene que pasar en España para que ustedes asuman responsabilidades?»— han sido solo el termómetro de una espiral de excesos que contribuye. sobre todo, al desapego hacia la política.

El tono de Casado revela la necesidad que tiene de subir los decibelios para compensar sus problemas de liderazgo interno ante el protagonismo emergente en el centroderecha de Isabel Díaz Ayuso. Paradójicamente otras opciones en alza en su partido son también los estilos más centrados y periféricos de Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno Bonilla en Galicia y Andalucía, respectivamente.

El PP es el primer partido de la oposición y es necesario y legítimo que la ejerza, incluso con dureza. Forma parte del código de las democracias liberales y no hay nada que objetar a ello. Pero la radicalización de determinados mensajes no es tampoco inocua y responde a una serie de razones. La presumible aprobación definitiva de los nuevos Presupuestos del Estado fuerzan al PP a tensar su discurso de desgaste del Ejecutivo hacia una escenificación de gran agresividad. Está por ver si la hiperventilación dialéctica del líder del PP logra realmente ser capitalizada en las urnas. Las encuestas revelan que el PP sigue teniendo un serio problema con Vox en su córner más nacionalista. El mantenimiento al alza de la opción de una ultraderecha española apunta que el PP, en vez de recuperar el espacio de lo que en su momento fue su escisión, no logra frenar el fenómeno de Santiago Abascal a pesar de subir ostensiblemente el volumen de su radicalismo retórico.

La semana política culmina con la renuncia de Manuel Castells como ministro de Universidades y la llegada del catedrático Joan Subirats, exteniente de alcalde de Barcelona, como nuevo titular del Departamento.

La crisis se circunscribe al sector de Podemos del Ejecutivo, y no va a cambiar el juego de equilibrios en el poder, aunque pueda servir a los comunes para reforzar su influencia política en la alianza, en un momento en el que su acuerdo presupuestario con Pere Aragonès abre nuevas expectativas de reorientación en la política catalana, en donde el turbo independentista ha comenzado a perder fuelle.

Relevo en el PSC

En este contexto también se sitúa el congreso de los socialistas catalanes que este fin de semana cierra Pedro Sánchez y que va a oficializar el relevo de Miquel Iceta por Salvador Illa. El PSC sigue siendo una pieza clave en el socialismo español y en la estrategia de Sánchez por encauzar el complejo rompecabezas catalán. El PSC fue en su día un partido-puente en Cataluña y no es fácil que recupere esa función transversal cuando las posiciones se han extremado tanto en los últimos tiempos. El episodio de Canet de Mar, que tiene como telón de fondo la inmersión lingüística en la enseñanza del catalán, es un botón de muestra elocuente de ello.

La queja de los padres de la niña del colegio por no recibir una parte de las asignaturas en castellano —y la polémica abierta tras las críticas planteadas por otros padres en defensa del actual modelo de inmersión— revelan que un sistema, el de la inmersión lingüística, que ha funcionado en general razonablemente bien, y con un elevado grado de consenso social y político, requiere de suficiente flexibilidad y autonomía en los centros educativos para saber adaptarse a la realidad sociolingüística de cada lugar.

Pero, en vez de buscar soluciones a los problemas, se genera un relato general de persecución identitaria en Cataluña hacia el castellano o del catalán en peligro de extinción, que se convierten en registros agónicos basados más en las consignas propagandísticas y en prejuicios ideológicos que en los datos reales.

En todo caso, la cuestión lingüística catalana reabre un frente de conflicto de altísimo voltaje emocional si no se reconduce con suficiente altura de miras y generosidad.

El territorio de la exageración, lamentablemente, es en el que estamos. Provoca destrozos a largo plazo, pero hay quienes sacan rentabilidad de ello. Dudosamente servirá para reconquistar el centro sociológico, pero los tiempos actuales marcan una tendencia a orillar las soluciones templadas y a jugar al corto plazo aunque esa práctica de la estridencia erosione la convivencia y deje secuelas profundas. En eso hemos aprendido muy poco.

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