Diario de León

benilde lópez

vivencias al son de omaña

toca enérgica una enorme pandereta de más de un siglo de existencia. cede sus tierras para que otros las trabajen percibiendo una pequeña parte de patatas y leña. y por la tarde, siempre charla y calecho

jesús f. salvadores

jesús f. salvadores

Publicado por
emilio gancedo
León

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Abre la ventana Benilde y ve tejados de losa y tupido monte de robles, ve prados y regueros, y Villanueva siempre apiñada en su vallina. El río Omaña brinca con un par de saltos lamiendo los pies de un molino maravillosamente bien restaurado y por un momento fantasea el visitante con la ilusión de que todo León llegue un día a ser así: pulcro y ordenado, mullido y encalado.

Hay verde, pardo, negro y gris, los colores de esta comarca montañesa y superviviente, pero también silencio. Ecos de voces flotan en el aire. Presencias convertidas en fugaces sombras. Nostalgias atrapadas entre las viejas murias, en la escuela callada, en los centenales ahora tomados por las urces. Pero cuidado. Haciendo frente la soledad, al abandono, surge un son. Bronco, indómito, primario, elemental. Una enorme pandereta omañesa resuena haciendo tintinear sus sonajas, acompasando el ritmo entero del mundo. Y de esta manera logra conjurar el ser humano el olvido: con la música y con la risa. Así lo hace Benilde López en Villanueva de Omaña, muchas veces acompañada por otro ‘clásico’ de nuestra música tradicional, Salvador González, gran acordeonista y coplero. Se sientan a la puerta de casa con otros vecinos y, además de la tertulia, estallan allí el baile chano y la jota.

Benilde nació en este pueblín perteneciente a Murias de Paredes en 1933, y su infancia no fue muy diferente a la de miles de generaciones de paisanos tan esforzados y trabajadores como de buen conformar. «Con doce años iba yo sola a arar las tierras, y en el yugo iban uñidos una vaca y un toro», recuerda. Vacas, ovejas, cabras, gochos... de todo se tenía en casa y todo era poco en aquellas aldeas en las que era necesario garantizar el sustento diario con todos los medios al alcance de la vecindad.

«Mi madre tocaba la pandereta y cantaba muy bien, también bailaba los bailes del país, ¡si hasta fue una vez a León y ganó el primer premio en un concurso!», advierte Benilde, quien rememora aquellos madrugones —cinco o seis de la mañana— para ir a arare , y el frío que les obligaba de vez en cuando a parar y hacer algo de lumbre para entrar en calor. Da cuenta de un curioso «perro del pueblo», suerte de can concejil que velaba por el rebaño comunal y al que todos los vecinos atendían llevándole el desayuno y la cena.

Cuidó ovejas en el monte, vio lobos desde la braña —y narra cómo una vez aquel mastín, nada más sentirlos, los persiguió hasta que ya lo dieron por perdido, pero volvió mucho después, orgulloso del deber cumplido— y se acuerda del ‘salón de baile’ que había en el pueblo, en el mismo edificio de la escuela, a donde iba la mocedá . «Los mayores no nos dejaban entrar y nos daban unos cintazos...». Luego, cuando estuvo en edad, vivió lo que era el ‘convite’: un sorteo en el que cada mozo le tocaba una moza para bailar, «aunque ese no te gustara». ¿Y quién tocaba? «En este pueblo siempre hubo mucha afición por la música, sobre todo por el acordeón». Pasodobles, tangos, jotas, salteaos ... de todo tocaban aquellos todoterrenos del son.

«Por los Reyes pedíamos por las casas para preparar luego empanadas, en los samartinos también se pasaba muy bien... ¡incluso los casados tenían también sus fiestas propias!»

Benilde exhibe una pandereta «que tiene más de cien años» y con la que toca enérgica y animosa. Tiene dos hijas y tres nietos, y una prosigue la afición familiar por el baile y el canto populares. Viven en Villablino y le preguntan a Benilde cómo es que no se va para allá a vivir. Pero ella, entre los filandones, dar de comer a las gallinas y demás, no se siente sola «casi nunca». Los yernos la surten de leña y ella, en amistoso trueque renacido, deja sus tierras para que otros las trabajen.

«A mí dejarme hacer las mis cosinas y a mi manera... que yo no me aburro, no».

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