Diario de León

Reforma Laboral y cambio de sistema económico

Publicado por
Isaac Núñez García, consiliario diocesano de Astorga
León

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Parece que saldrá adelante la Reforma Laboral consensuada entre Gobierno, empresarios y sindicatos. Contiene mejoras importantes: reduce los tipos de contratos en orden a favorecer la vigencia de los contratos indefinidos y por ende reducir los empleos temporales; restablece los convenios sectoriales frente a los meros acuerdos empresariales o de imposición patronal; da continuidad a los Ertes, como un medio importante para subsanar la suspensión laboral en las empresas. Se precisarían mayores reformas en aspectos tan determinantes como la facultad excesiva de despido por parte de la patronal sin el acuerdo o consulta previa con los Sindicatos y sin la validación o aceptación del mismo por parte de la Administración; los empresarios mantienen también el arma de la flexibilización laboral interna y externa, que determina las condiciones de trabajo y el nivel de los salarios, hasta el punto de que desde el año 2008 se ha producido un grave estancamiento salarial.

Por lo tanto, aunque la actual reforma supone un paso adelante en la dignificación del trabajo y de los trabajadores, resulta insuficiente. Pero, ni siquiera así es aceptada por el Partido Popular, que la considera maximalista, ni por algunos partidos nacionalistas, que la tachan de minimalista. Una vez más prevalece el politicismo interesado de algunas fuerzas políticas por encima de un avance positivo que, aun siendo insuficiente, es quizás el avance realmente factible.

Se sigue considerando intocable el principio capitalista fundamental de la libertad absoluta de empresa y de mercado. Es la esencia del sistema capitalista neoliberal, que persiste inalterada a pesar de los avances en la legislación laboral, que de modo progresivo han ido suavizando y aliviando parcialmente las condiciones laborales y salariales. A un positivo avance legislativo laboral hasta los años 80, ha sucedido un progresivo y desmedido retroceso hasta hoy. En España, la reforma laboral iniciada ya por Rodríguez Zapatero en 2010 y radicalizada por Mariano Rajoy en 2012, determinó una libertad muy amplia de despido, una gran flexibilidad laboral y una excesiva variedad de tipos de contratación temporal. Todo ello se justificaba en función de la creación de empleo, pero la realidad ha demostrado lo contrario, pues, tanto el paro (14.1% general y 30% en jóvenes) como la temporalidad laboral (26%) se mantienen en España a la cabeza de Europa.

¿Dónde queda, si no es más que en la letra, el derecho humano y constitucional al trabajo? ¿Dónde se ve realizado el «trabajo decente», preconizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y también por los papas Benedicto XVI y Francisco?

El sistema capitalista neoliberal condiciona e impregna toda la realidad social, no solamente laboral sino también y en primer lugar la mentalidad, la cultura, las aspiraciones y el estilo de vida de las personas. Su prevalencia imbatida radica en esa normalización social, que transita desde una autonomía personal puramente individualista a una libertad competitiva sin límite en el ámbito económico y social. Así se proclama y exige a nivel normativo internacional y nacional una estructuración de la empresa, del trabajo y del comercio totalmente libre y lo más desregulada posible —con restricción máxima de la intervención estatal—, sin parar mientes en los derechos de las personas, de la sociedad y de la misma naturaleza. El principio capitalista que rige toda la organización y actividad empresarial, laboral y comercial, es la consecución del mayor lucro o ganancia económica, por encima de la dignidad y los derechos de los trabajadores y de cualquier otra instancia.

Esta concepción y praxis capitalista, enraizada y asumida cultural y socialmente, es lo que la tradición bíblica denota como deificación del dinero y del capital, condenada sin ambigüedad por el mismo Jesús de Nazaret: «No podéis servir (adorar) a Dios y al dinero» (Lc 16,13). La idolatría del dinero, del capital, produce víctimas humanas de paro, precariedad, explotación… y sus secuelas de pobreza, desnutrición, hambre, enfermedades, marginación y exclusión a nivel educativo, sanitario y social. El capitalismo es una religión secular realmente criminal, frente a la cual Jesús de Nazaret presenta la relación «fidedigna» con una divinidad amante y defensora de la vida y de la dignidad humana y generadora de fraternidad (más allá de la libertad y la igualdad).

¿De quién es la empresa? es el título de un pequeño escrito por Guillermo Rovirosa, iniciador de la Hoac, en 1963. La empresa no será propiedad de nadie (como la familia) sino una organización constituida por todos los que intervienen en ella: accionistas, empresarios gerentes, trabajadores, pero ocupando los trabajadores el lugar prioritario, tal como lo define Juan Pablo II en Laborem exercens n° 12: «Es el principio de la prioridad del ‘trabajo’ frente al ‘capital’… la primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de las cosas… El hombre como sujeto del trabajo, e independientemente del trabajo que realiza, es una persona». Es el principio de la centralidad de la persona en el ámbito laboral y económico, como también lo ha de ser en todos los demás ámbitos (político, cultural, social, religioso).

Desde este planteamiento, vemos que queda un camino muy largo que andar para implementar todas las consecuencias derivadas del mismo. La actual reforma laboral requiere todo el apoyo, pero es un pequeño «pasito», que ha de ser proseguido cada vez más.

Finalmente y para mayor constancia, reproducimos la apelación del papa Francisco en pro de un cambio radical del actual sistema capitalista neoliberal, expresada en el II Encuentro Mundial de Movimientos Populares, que tuvo lugar en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) el 9 de julio de 2015: «¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? / Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguanta el Pueblo… y tampoco lo aguanta la Tierra».

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