Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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EL BIERZO tiene castillos muy diversos. Y todos ellos poseen una fuerza grande, aunque sean pequeños. Se suelen emplazar en lugares agrestes, pero también amenos, y tienen aires más legendarios que guerreros. Uno de ellos, además -el de Ponferrada- es un mundo propio. Como una pequeña ciudad enclavada en la capital del Bierzo. El castillo de Ponferrada tiene orígenes prerromanos, halos jacobeos, barnices esotéricos. Es un edificio sensacional, el más potente de la comarca. Su vuelo viejo y grandioso sobre el barranco del Sil impresiona mucho a los forasteros y no me extraña. Y es que sí, la ciudad, lo que más atesora es eso: el diálogo del Sil con el enorme castillo. También es muy bello el perderse del río urbano en lo verde, bajo esas faldas del Pajariel, no lejos de los castaños. Y ahora pienso que la ciudad todavía no ha entendido bien ese juego de piedra, agua y bosque. Ese escenario donde prende la historia de Ponferrada, y donde se articula el Bierzo todo. Porque hay un Bierzo más leonés en la orilla izquierda del Sil y hay un Bierzo más atlántico en su ribera derecha. Y el castillo vigila ese mapa. El castillo templario es el símbolo de esta comarca fronteriza y montañosa. Ojalá sus torres, que viajan, idealizadas, en el escudo de la Deportiva, den fuerzas a los modestos gladiadores del fútbol berciano. Que nunca llegaron tan lejos y que nunca se enfrentaron a ejércitos tan peligrosos. Pero luego están los demás castillos. Los palaciegos y habitados de Villafranca y Corullón, en el Burbia; los montaraces de Balboa y Sarracín, en el Valcarce; y también uno misterioso que navega en silencio por el valle del Selmo: el castillo de Lusío, recóndita ruina. Y no puedo olvidarme, claro, del más romántico de todos nuestros castillos. Del más pequeño, el más alado y gracioso. El mejor mitificado por la literatura: el castillo de Cornatel. En estos días han concluido las labores de su restauración y ya se puede visitar aquel nido de águilas donde vivió el conde de Lemos unos años antes del descubrimiento de América. La noticia es excelente y prueba la gran labor de muchas personas e instituciones, públicas y privadas. Los bercianos tenemos fama -no sé si merecida- de ser individualistas; pero también sabemos organizarnos, y cada día más, para abordar empeños colectivos. Sin dejar de ser nunca esos solitarios pobladores del castillo de cada cual. Donde nos refugiamos del mundo y donde nos explicamos el mundo. O lo intentamos. Esta columna, sin ir más lejos, también es un diminuto castillo de Cornatel.

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