Diario de León
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Compludo, es según la Vita Santi Fructuosi publicada por Manuel Cecilio Díaz, la primera fundación monástica del godo Fructuoso, realizada en una de sus posesiones en El Bierzo allá por los años centrales del siglo VII.

Probablemente en un principio se tratara de un sencillo y humilde «monasterio», etimológicamente, el hábitat de un solitario, (significado de la palabra monachus), probablemente una celda o cabaña de madera o bien un lugar semirupestre, un hábitat natural cueviforme completado con estructuras pétreas o leñosas.

El cenobio de Compludo -”un espacio en el que convivieron varios monjes-” nace en torno al monasterio, en torno al habitáculo erigido por Fructuoso. A su alrededor se sitúan las celdas de sus seguidores.

No se sabe si las celdas eran semirupestres, rupestres o bien celdas leñosas con cubiertas de paja. Pero lo que sí se sabe es que para este importante cenobio (en el que algunos historiadores creen que tuvo lugar, en el siglo X, el concilio de Irago) escribió el santo su Regula Monachorum , una regla que guiaba los pasos y las celebraciones de los monjes; que regulaba las horas del día y las actividades a realizar. San Fructuoso practicó una espiritualidad que bebe directamente de los llamados Padres del Desierto, de San Antonio y sus sucesores. Fueron aquellos que, huyendo de los hombres (por muchos motivos, no sólo religiosos), decidieron abandonar la compañía humana y se dirigieron al «yermo» a la soledad. Fructuoso fue un solitario, un anacoreta o eremita. Y esa espiritualidad la dejó plasmada en su obra y, también, en su forma de organizar un monasterio.

La investigación podrá determinar además si existió realmente una «tipología monástica fructuosiana». «José Menéndez Pidal nos marcó el sendero. Lo único que hay que hacer es seguirlo», manifiesta Artemio Martínez Tejera.

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