Diario de León

Las ‘cámaras santas’ de León

Los grandes monumentos ciudadanos dejan en penumbra espacios tan poco conocidos como sorprendentes.

San Pedro de los Huertos e iglesia del convento de las Carbajalas

San Pedro de los Huertos e iglesia del convento de las Carbajalas

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e. gancedo | león
León

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Pocos, muy pocos, serán los leoneses que no hayan entrado nunca en los ‘buques insignia’ de la monumentalidad capitalina, ese formidable triunvirato integrado por la Catedral, San Isidoro y San Marcos que aparece en todas las guías y al que se apresuran a hollar la mayoría de turistas en el —habitualmente— único fin de semana que pasean por la ciudad. Pero existe también todo un mundo de edificios históricos desconocido no sólo por el turismo sino también por los propios leoneses, familiarizados con su aspecto exterior pero ignorantes, la mayor parte de las veces, de las joyas artísticas que atesoran en interiores sorprendentes.

Es el caso de las iglesias y conventos que salpican la vieja ciudad, repletos de valioso arte sacro, o de importantes murales y vitrales contemporáneos, un sugestivo conjunto del que aquí extraemos algunos ejemplos procedentes de una guía de la ciudad, de reciente aparición, obra de Joaquín Alegre y publicada por su nueva editorial Rimpego. Templos sólo conocidos por sus fieles, o en ocasiones de restringido acceso, como los conventos de clausura, el edificio medieval embutido en el patio del colegio de las Teresinas o el increíble ‘castillo’ que hoy es Archivo Histórico.

«Hace tiempo, en una pequeña pero deslumbrante ciudad europea —reflexiona Alegre en torno al escaso valor social e institucional que a menudo otorga León a su patrimonio— me llamaron la atención un par de columnas en una plaza. Sí, eran romanas, aunque la población tenía otras mejor conservadas, bastantes. Interrumpían además el tránsito en la plaza. Los transeúntes que desembocaban en ella desde la calle más importante, debían dar un abrupto rodeo para defenderse del peralte que las resguardaba. Era demasiado para un leonés que (lo confieso) pensaba en ese momento que aquél incordio lo habían resuelto los políticos de su tierra con un par de sellos. Pregunté. No tenían nombre. Se desconocía a qué edificio pudieron pertenecer. Sencillamente estaban ahí desde siempre. En su momento, una suerte de Concejo hubo de advertir a un par de arrogantes y enfrentadas familias: ‘Las columnas llegaron antes que vuestros palacios’. Y el remate: ‘Un pueblo se retrata en cómo conserva lo menudo, solo a un loco se le ocurre tirar una catedral, pero a muchos cuerdos les sobra todo lo demás’. Fue una lección que espero no olvidar. Y me la dio un camarero».

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