Diario de León

FOTOGRAFÍA

Un lugar llamado Vega

El fotógrafo José Ramón Vega lleva a Ármaga las imágenes de su ‘Cancamusa’. El artista dota de alma a cosas y lugares

José Ramón Vega, en la apertura de la exposición. CARLOS GONZÁLEZ

José Ramón Vega, en la apertura de la exposición. CARLOS GONZÁLEZ

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ILDEFONSO RODRÍGUEZ | LEÓN
León

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En la galería Ármaga, las fotografías de José Ramón Vega. Se salieron de un libro recientemente publicado, Cancamusa. El mirar de algunos quiere palabras, relato. Las de Víctor M. Díez, coautor del libro, juegan creativamente al engaño que se ramifica, eso, la cancamusa, el MacGuffin. Puede que todas las fotos sean siempre un indicio de algo más, algo que incidió primero en una retina, después en una lente. Un ojo mirando hacia un fuera de campo que ya no es posible recuperar, pues el ojo, la cámara, centraron su mirada: siempre nos dan a ver algo de lo que allí hubo.

Lo que ahora hay es más que indicio. Es la hermosa presencia plástica de la propia fotografía: su hermanamiento inevitable, imagen tridimensional sobre el muro, con la pintura, su arte antecesora. Texturas, espesor, atmósferas. Restitución de la fotografía a la pintura, dejando de ser documento puro, crudo, si es que alguna vez fue tal cosa, puede dudarse. (En un gouache del pintor Aurelio Suárez se lee: «Y te diré que la máquina fotográfica ha hecho de la pintura ‘realista’ algo inútil y sin razón de ser». Es del año 1934. Resulta que las cosas ya no están desde hace tiempo tan claras).

José Ramón Vega es un magnífico retratista. No sólo de rostros, también lo es de figuras y de cosas y, sobre todo, de lugares. Esta exposición retrata lugares. En color y en gran formato.

Un lugar es en sí mismo también el indicio de una historia: alguien estuvo allí, algo sucedió allí. Estas fotografías relatan a partir de un resto, de un fantasma. Localizan.

Sus modos de localización no son la fugacidad, creo, ni la ráfaga. Es el detenimiento, dar con aquello, quedarse un rato. Lugares-Hopper, lugares-Tarkovsky. El índice narrativo de estas fotografías significa entrar en ellas, en el lugar que proponen.

En ocasiones el lugar ha caído en el abandono, hay cosas en desuso. Esa es la poética narrativa que nos propone el fotógrafo. Sin tonos morales, sólo presencias. Panorámicas del aquí era, aquí es.

Lo que uno va viendo al mirar: Sí, son cosas afectadas por el desgaste. Ocupan un lugar donde uno se sentaría, echaría un rato pensando, fumando. Un sitio para el fumador sentado y pensativo. Un consolador abandono en el remanso. Algo ahí florece y cuanta su historia. Por el sendero que uno tomaría. Y de repente, la cellisca.

Y la cosa bonita que uno se llevaría, ese resto que es señal humana, cuerpos, el sillón de mimbre coloreado. En la Selva Negra los árboles son columnas de energía, vórtices que nos dejan ver su posesión por las hamadríades, las ninfas que los habitan. Muy lejos de allí, unas amapolas que defienden unos restos de lo habitado, como si fueran los mosaicos de una villa romana.

Y de pronto un cartel alegre: ¡Vamos al circo!

El ventanuco para asomarse, sin rozar siquiera la planta con tres hojitas. La ventana recuadro de John Ford. Con sus cuatro barrotes y su mosquitera. Sombras de una malla que impide acceder al tobogán siempre deseable. Un mar donde uno quisiera echarse a flotar. Miradas: en la galería de arte, cuántos modos de mirar la obra expuesta, tantos como visitantes haya. Todos esos modos son también la obra misma. Desconozco las técnicas de la fotografía, pero comparto con el fotógrafo los ojos y el mirar. El ojo es universal, pero la mirada depende de lo que cada cual es capaz de ver, le dejan o le dan a ver.

No es posible hoy tener el testimonio de una mirada que ya se define por su ausencia, cruelmente clausurada: es la de Marcelino Cuevas. Como si esta vez él hubiera firmado una reseña en blanco, podemos imaginar algo en ese vacío: la crónica del que tiene su modo propio de mirar, sabe cómo hacerlo ante cada obra, y siempre es generoso para con el artista, crea una empatía que alcanza a su público, que se acercó también a mirar; más aún, invita a los que todavía no se han acercado para que venga a hacerlo. Su crónica blanca, ese vacío que hoy tenemos tristemente que imaginar, incluiría, seguro, esta invitación: acérquense por Ármaga, vayan a ver las fotografías de José Ramón Vega.

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