Diario de León

| Entrevista | Antonio Pereira |

«El cuento tiene que salir disparado como una flecha»

El escritor villafranquino publica «La divisa en la torre», un libro de relatos inéditos, en el que la fabulación se mezcla con la realidad en una suerte de breves memorias

El escritor villafranquino Antonio Pereira, que acaba de publicar un nuevo libro de relatos

El escritor villafranquino Antonio Pereira, que acaba de publicar un nuevo libro de relatos

León

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Se queja de que tiene las piernas torpes; en cambio, es único «disparando» ocurrencias. Antonio Pereira, puntilloso con el lenguaje hasta la manía, sorprende ahora a su fidelísima parroquia de lectores con una suerte de cuentos memoriosos, La divisa en la torre . Entrañable, ingenioso, campechano y algo hipocondríaco, tiene un finísimo sentido del humor. Todo esto es Pereira y todo ello lo transmite en su nuevo libro. El resultado es un sutil autorretrato de uno de los mejores escritores leoneses. -Merino también acaba de publicar un libro de microrrelatos, ¿es un género que está de moda? -Es una modalidad que se puso de moda después del sobadísimo Dinosaurio, de Monterroso. Yo lo cultivé, por ejemplo, en mis microrrelatos Picassos en el desván o Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos . Unos textos de pocas líneas que, si no es inmodestia, tuvieron fortuna. Ahora ando por otras trochas. -¿No piensa jubilarse de la literatura? -Me he jubilado del alpinismo y de cosas que haya que hacer con las jodidas piernas. Pero de esto, todavía estoy listillo y no me jubilo. -¿La veteranía en literatura es un grado? -Lo es en todo, pero siempre que se sepa aprovechar lo que tiene de mejor, sacarle a la veteranía los frutos de la experiencia; si es para repetirse, no tiene sentido. -¿Qué tiene contra los hispanistas, a los que saca en su libro? -Nada, son gente simpatiquísima. Venían mucho a las tertulias de Madrid. Hablo de mis tiempos mozos. Tengo amigos hispanistas; sobre todo amigas, que venían muy liberadas. Estudiaban nuestra literatura con gran provecho y pasaban unos ratos malísimos, porque, al volver a las universidades americanas, querían repetir nuestras tertulias, pero no les salían las tortillas de patatas, porque no ponían los huevos adecuados y no les cuajaban. Las tertulias de Madrid eran de hablar todos a un tiempo. Y a los hispanistas no se les daba bien... -¿Cuántas de las historias que cuenta en «La divisa en la torre» le han ocurrido? -Todas, porque las que no me han ocurrido en la verdad a la que te refieres, me han ocurrido en la imaginación, que es más importante que la realidad. -¿Cuál es su método de trabajo? -Muy sencillo. Madrugo y me pongo a ello a esas horas buenas de la mañana. Escribo a mano; también las cartas, y pego los sellos con la lengua... De eso de las uves dobles y las arrobas, no sé nada. Luego me lo pasan. En la editorial, aunque de momento se enfadan, me aceptan los originales, los encuentran pintorescos, con sus tachones. Después, los pican y los ponen en condiciones. -¿Es cierto, como dice en su libro, que osar morir da la vida? -Sí. Es una divisa, motivo del libro. Tiene la base en el primer relato, que ocurre en el pazo de Fefiñanes, que es donde se hace un albariño delicioso. Estuve allí en una tarde inolvidable. La dueña de la casa, que era exquisita y escribía versos muy notables, me hizo ver el lema escrito en la torre del pazo: «Osar morir da la vida». A mí, me gustó. Y venía a cuento de mi situación personal en aquel momento. -¿En qué trabaja ahora? -Escribo a veces un testimonio urgente o una opinión, pero de obra importante no estoy haciendo nada, porque es increíble el trabajo que da una criatura recién nacida. Y ahora tengo que cuidar de este libro, con entrevistas, intervenciones... -Una buena historia y saber contarla, ¿necesita más un escritor? -Necesita, sobre todo, tener sentido de la contención y de la economía verbal. Leo muchos cuentos y veo con pena cómo una buena historia se malogra porque el autor se pierde en digresiones. El cuento tiene que salir disparado como una flecha. Creo que era Poe el que decía que si en un cuento en las primeras líneas sale un clavo, ese clavo tiene que servir para algo, para colgar el sombrero del protagonista o para que éste cuelgue una soga y se ahogue. -¿Ha cometido usted anacoluto? (en el libro hay un capitán que prohibe el anacoluto -inconsecuencia en la construcción del discurso-). -Ja, ja, ja... Supongo que alguna vez. La perfección gramatical no siempre se consigue, aunque presumo de ser muy cuidadoso con el lenguaje. No tengo mucho cargo de conciencia de darle patadas al diccionario y a la sintaxis. -¿De qué se ríe Pereira? -Principalmente, de mí mismo; y, a veces, lo hago delante del espejo, porque es una terapia que me han recomendado mucho. Ensayas la sonrisa, luego la risa franca... Cuanto más dolor, más hay que reírse. Lo recomiendo a los lectores. -¿El mundo se divide en los que tienen sentido del humor y los que no lo tienen? -Se divide entre los que tienen sentido del humor y los que, por no tenerlo, se convierten necesariamente en unos desgraciados. -Hoy escribe Crémer en su columna que «León es una ciudad vivible, bella y gloriosa...». -Pues sí, León es una ciudad vivible, porque es bastante llana. Hay ciudades terribles por sus cuestas. Que es bella lo sabemos todos los leoneses. Y claro que es gloriosa. Todos estamos orgullosos de nuestra historia y confiados de nuestro futuro.

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