Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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20-N: los últimos días de Franco , producida por Mundo Ficción, ha contado con la dirección de Roberto Bodegas. Bodegas ha hecho bastante cine y sobre todo mucha televisión. Le hemos visto dirigir La muerte del Nani para la pantalla grande y, en el formato del telefilme, El secreto de la porcelana . Es un director eficiente que sabe dar un tono estiloso a sus productos; también posee una mano notable para la narración de fondo histórico. En 20-N , quien da carne a un Franco moribundo es Manuel Alexandre, del que hablábamos ayer, y el papel del Rey lo desempeña Fernando Cayo. El trabajo tiene mucho mérito. Que yo sepa, nadie había interpretado antes a Juan Carlos I en la pantalla. A Cayo le faltan diez centímetros de largo y le sobran otros tantos de ancho, pero el esfuerzo de caracterización es sobresaliente y el actor lo ha trabajado hasta el extremo de adoptar ciertos rasgos de pronunciación del monarca sin que el resultado parezca una imitación. Para que no falte nada, este rey de ficción fuma como el de verdad fumaba -en los 70 toda España fumaba muchísimo, del Rey abajo; algunos seguimos- y además compone los gestos y los decires igual que el original. Añadamos que junto al Rey/Cayo comparece un Manuel de Prado interpretado por Pedro María Sánchez (el Críspulo de La gran familia ) en un papel no especialmente lucido. En todo caso, si algo falla en la construcción del personaje, no se podrá decir que es porque Cayo no se lo ha trabajado. ¿Y falla algo? Yo creo que sí, pero no en el aspecto interpretativo, sino en el narrativo. El guión, escrito por Antonio Onetti y Lorenzo Silva (bajo la supervisión «histórica» de Victoria Prego, según parece), no termina de resultar muy creíble. Por un lado, los textos incorporan modismos de lenguaje actuales («le quedan dos telediarios», por ejemplo) que se hacen demasiado intempestivos. Por otro, la construcción de escenarios, ambientes y personajes superpuestos en el relato -El Pardo, La Zarzuela, un bar, la enfermera «progre», el «búnker», etc- parece proceder más de la perspectiva posterior sobre aquellos hechos que de un esfuerzo de viaje en el tiempo. Onetti es un afamado dramaturgo y guionista que en 1975 tenía 13 años; Lorenzo Silva, novelista de mérito, tenía entonces 9 años. Por tanto, su vivencia de aquel episodio no puede ser directa, sino que bebe de los relatos reconstruidos -incesantemente- en los años posteriores. Eso se nota. Aunque quizás otra perspectiva habría sido incomprensible para el espectador de hoy.

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