Diario de León

Cuando Holanda descubrió el juego duro

La selección «orange» olvidó las virtudes que le habían proporcionado llegar a su tercera final mundialista y se aplicó con dureza para frenar a un rival que al final se salió con la suya: la victoria

De Jong entra en falta a Xabi Alonso en un lance bastante habitual en la «orange»

De Jong entra en falta a Xabi Alonso en un lance bastante habitual en la «orange»

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Luis M. Pascual | Johannesburgo
León

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La Holanda menos holandesa, la naranja mecánica más dura, la que buscó parar a la talentosa España a base de faltas, se estrelló en el minuto 116 y dejó escapar su tercera final de un Mundial. Holanda renunció a sus principios en el partido más importante de los últimos 22 años, desde que perdiera en Buenos Aires contra Argentina la final de aquel Mundial. Ni fue el equipo técnico de otras veces, ni disputó a España la pelota, ni propuso toque y profundidad. Fue un equipo vulgar, una mala réplica del juego de contención que tuvo que apoyarse en la dureza para detener a España. A una España que no sólo le robó el partido, el balón y el Mundial, si no que también le quitó la identidad, transformada en lo que siempre quiso ser Holanda, mientras los «oranje» colmaban a base de dureza en el juego las carencias que tienen para meterse en un fútbol que no es el suyo. Debió haber más de una expulsión en el partido, pero sólo John Heitinga dejó el campo y lo hizo demasiado tarde, durante la prórroga. El seleccionador holandés, Bert van Marwijk, acabó por dar la razón a Johan Cruyff, el inspirador del juego «a la holandesa», que venía criticando el fútbol del equipo por su falta de atractivo y su excesivo conservadurismo.

Holanda saltó con un planteamiento defensivo, dos hombres de contención delante de la defensa de cuatro. Dejó el balón a España y lo pagó caro.

Corrió y corrió detrás del esférico, penó para tenerlo y tuvo que echarse en brazos de la dureza, una imagen poco común del equipo holandés. Wesley Sneijder, su mejor hombre hasta el partido, estuvo desdibujado y Arjen Robben se tuvo que conformar con pescar alguna ocasión en velocidad, convertido en el filo de la navaja de una formación diseñada para el contragolpe.

Y eso empañó la imagen de un equipo que había llegado hasta la final con un pleno de victorias y con una imagen saneada, no era un dechado de virtudes, pero el equipo había dejado destellos de brillo. Así derrotó a Dinamarca en su primer partido. Más práctica fue la victoria frente a Japón en el segundo y mucho más trabajada la que cerró la primera fase frente a Camerún. De nuevo se pusieron la ropa de trabajo contra Eslovaquia, una debutante en un Mundial, a la que derrotó gracias a la inspiración de Robben y Sneijder.

Su mejor versión llegó contra Brasil. Y tardó en aparecer, porque en el primer tiempo estuvieron a merced de los pentacampeones. Pero la reacción en el segundo fue de un equipo con rabia, con genio y con talento que acabó por dejar fuera del Mundial a la mejor selección según el ránking de la FIFA.

Las semifinales contra Uruguay fueron más sencillas, siempre fueron a favor en el marcador. Pero el empuje de los «celestes» en la segunda mitad puso de manifiesto las carencias de su bloque e hizo soñar a los latinoamericanos con la remontada.

Que no se produjo, lo que dejó a Holanda presta para la tercera final de su historia. La primera la perdieron contra Alemania en Alemania en 1974.

La segunda cuatro años más tarde contra Argentina en Buenos Aires. En ambos casos, Holanda fue fiel a sus valores. En Sudáfrica y contra España cayeron en una mala copia de un equipo bronco.

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