Diario de León

OPINIÓN Miguel Pardeza

Barro y dignidad madridista

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En un campo infame y un país remoto, que nunca le fue hospitalario, el Real Madrid volvió a delimitar el territorio de la leyenda. Necesitaba una victoria para continuar en la lucha, para no dar la razón a aquellos que creen que el éxito depende de una rueda azarosa y que la voluntad es un ciclo de la historia. Pero no, la grandeza es en ocasiones un acto humano que no merece más que una explicación terrestre. Hay todavía quienes creen que el Madrid es un grupo decimonónico, recargado de aristócratas, incapaz de descender al ruedo con guantes de trabajo, con esa pedantería del encaprichado en su propia grandeza. Uno escucha por ahí: jugadores sensacionales, sin un atisbo de humildad, sin un ramalazo de sentido colectivo. Y no. La humildad es entendimiento y el sentido colectivo empieza con el perfeccionismo personal. Sólo desde el egoísmo puede concebirse la solidaridad. Dijo Del Bosque que el del Lokomotiv había sido el partido más difícil. Pero no creo. Puede, sí, que haya sido uno de los más complicados, porque le intimidaba la estadística que le era negativa en campos rusos, y porque el divino sembrado verde no llegaba a barrizal o campo de escombreras y espigas indecentes. El Madrid supo adaptarse, logró, en medio de la tartamudez de la circulación de la pelota, no traicionar ni uno sólo de sus principios, y fruto de ello llegó el gol de la clasificación. Por lo que a uno respecta, seguirá pensado que no hay más ecuación que la superioridad técnica. Si este Madrid hará o no historia está aún por ver. Serán otros campos, pero serán propicios y dignos de la importancia de esta competición mercantilmente humillada que pese a ello otorga glorias y renombres.

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