Diario de León

| Crónica | La vida según los iraquíes |

El país de las colas

La falta de luz, agua, teléfono y gasolina desespera a los iraquíes, que nueve meses después de la caída de Sadam no ven una salida al atolladero, la reconstrucción no avanza y las tropas no se van

Un alumno de la Escuela de Arte de Bagdas ensaya en la calle, entre las ruinas de la guerra

Un alumno de la Escuela de Arte de Bagdas ensaya en la calle, entre las ruinas de la guerra

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J. Martín - bagdad
León

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Nueve meses después de la caída del régimen de Sadam Huseín, Irak es aún un país violento e inseguro donde la reconstrucción avanza a trompicones y persisten graves problemas de infraestructura que pone nerviosa a una desesperada población. Rasha Namir, madre de dos hijos, fue una de las miles de iraquíes que el pasado 9 de abril observó con alegría el televisado derribo de la estatua de Sadam erigida en la céntrica plaza bagdadí Firdus. Nueve meses después, admite sin rubor que echa de menos algunas «pequeñas cosas» de las que disfrutaban, pese a la mano de hierro del dictador y la pobreza fruto del embargo. «Antes había casi 20 horas de electricidad al día. No tenías que hacer cola para llenar el depósito de gasolina, funcionaba el teléfono. Podías salir de noche a cenar sin temor», se queja en su acomodada casa del barrio de Mansur, al oeste de Bagdad. «Los norteamericanos nos han traído la democracia y la libertad, dicen, pero a mi me parece que todavía no he podido comenzar a disfrutarla», añade no sin cierta tristeza. La destrucción y el pillaje que sufrieron infraestructuras básicas, sumado al deficiente estado en el que se encontraban por falta de mantenimiento, es la carga más pesada que soporta el iraquí medio y el hecho que más critica a las fuerzas ocupantes. Sobre una balsa de crudo Basel Al-Jatib, director general del Ministerio de Recursos Eléctricos, reconoce que «Irak vive con una cuarta parte de la electricidad que necesita. La situación en la peor de la historia del país». «El problema es que el dinero no llega. Hemos recibido solo una pizca de lo que los países donantes prometieron en la Conferencia de Madrid». Similares problemas sufre la industria petrolera, especialmente humillantes para una población consciente de que vive en un país que flota en crudo. Decenas de vehículos esperan cada día, en largas colas, para repostar en las gasolineras del país, mientras que carreteras y calles están plagadas de adolescentes, sucios y grasientos, que venden gasolina de contrabando a precios desorbitados para el bolsillo iraquí. Atem Yiham, director general del Ministerio iraquí de Petróleo, uno de los menos afectados por los pillajes que siguieron a la ocupación, asegura que «Irak produce ahora entre el 40 y el 50% de sus necesidades de gasolina. Compramos productos a los vecinos, pero no es suficiente», admitió. Todo en ello en un ambiente de violencia en el que no cesan los ataques de la insurgencia contra las fuerzas de ocupación y parece emerger una guerra civil soterrada entre radicales chiítas y suníes animada por grupos integristas islámicos llegados de fuera a un país que ven como el espacio apropiado para su cruzada contra Estados Unidos.

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