Diario de León

Otra guerra a la africana

Una intentona golpista, dos bandos, una población agonizante y una antigua potencia colonial jugando un oscuro papel. Costa de Marfil es esta vez el escenario de un conflicto clónico

Un grupo de soldados gubernamentales regresa a Abiyán tras el despliegue en Yamusukro

Un grupo de soldados gubernamentales regresa a Abiyán tras el despliegue en Yamusukro

Publicado por
Xurxo Fernández - redacción
León

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«Es curioso que el motín llegue justo cuando a los franceses se les acababan las concesiones, ¿no?». La ironía de Dosso Siaka, el comandante de los cuerpos de seguridad de Abiyán, no era más que el reflejo de lo que muchos marfileños pensaron cuando, el 19 de septiembre del 2002, un grupo de soldados que iban a ser expulsados del Ejército se amotinaron. A lo que parecía una revuelta sin posibilidad de éxito le siguieron meses de combates y ahora, dos años más tarde, lo que puede ser una guerra en toda regla. Los días posteriores a la rebelión fueron confusos: el aeropuerto de Abiyán, la ciudad más importante del país, quedó cerrado, encerrando a los dos millones de habitantes de la urbe; el frente de combate se estableció en el norte, en Bouaké, y desde allí llegaban noticias de -¡sorpresa!- unos rebeldes fuertemente armados; las embajadas iniciaban una fre-nética actividad para sacar a sus ciudadanos del país. La intervención francesa no ayudó a aclarar el asunto. El antiguo colonizador tenía desplegados 800 soldados en el país, donde vivían unos 20.000 ciudadanos galos. Fuentes políticas habían insinuado la intención del presidente Gbagbo de no renovar algunas concesiones de explotación de la potencia europea -inevitables en todo acuerdo de independencia en África y que incluían bienes tan básicos como el agua- y entonces los soldados de la tricolor hicieron su extraño movimiento. El papel galo Las portadas de los periódicos marfileños amanecieron con un «Francia, cómplice de los terroristas» y en el interior, la noticia: cuando las fuerzas presidenciales se disponían a entrar en Bouake para acabar con la resistencia, los galos decidieron establecer un cordón de seguridad y detener el ataque. Fueron las mismas tropas que habían prometido mantenerse al margen del conflicto y que, con la excusa de abrir un corredor humanitario -tras dos días sin decidirse a hacerlo, pese a las peticiones de las distintas embajadas-, facilitaron que los rebeldes ganasen tiempo, explicaban los diarios. No hizo falta más, de inmediato miles de civiles se echaron a la calle dispuestos a tomarse la justicia por su mano y convirtieron a los blancos (identificados como franceses) en objetivo de su ira (los periodistas fueron los primeros en sufrirla). El escenario parecía sacado de la Angola que Kapuscinsky retrató en Otro día más con vida . Había mercenarios (se rumoreó que llegaban de Burkina y los refugiados de este país fueron perseguidos y sus barracas incendiadas); material bélico de contingencia (policías patrullando con escopetas de aire comprimi-do) y del otro (aviones made in Francia, que el sábado sirviron para matar a nueve soldados galos); una población sin agua ni comida y mucha confusión. Dos años después, tras una tregua fallida, todo vuelve a empezar. Como siempre en África. Otra guerra clónica.

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