Diario de León

De la curiosidad a los despistes millonarios, así recibió León al euro

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Expectación y largas colas recibieron al euro en las entidades financieras de la provincia, y una inusual afluencia a los cajeros automáticos el primer día de 2002, cuando los impecables billetes de la nueva moneda dejaron fuera de circulación a los clásicos en pesetas. No faltaron los despistes y sus correspondientes sustos: hubo quien se empeñó en pedir al cajero 10.000... euros.

Las monedas eran tan nuevas y relucientes como las expectativas de los ciudadanos, que se sacudieron la resaca de fin de año dispuestos (unos con mejor ánimo que otros) a familiarizarse con las novedades. En la práctica se siguió pagando en las dos monedas durante dos meses, y ello supuso para los comercios llevar una doble caja y para profesionales y consumidores un buen lío y el uso continuo de las calculadoras con conversores que regalaban continuamente los bancos, para facilitar las cuentas.

La moneda única hizo más fácil viajar a la Europa unida (aquí Gran Bretaña mantuvo siempre su ‘brexit’ particular). Camareros y dependientes de comercio se llevaron la peor parte del tránsito a la nueva moneda: no sólo tenían que espabilarse para hacer la contabilidad en las dos monedas, sino que fueron los encargados de enseñar a muchos consumidores.

Comercios y establecimientos se tranformaron en educadores, porque fueron la principal correa de transmisión de las nuevas cuentas a los ciudadanos. Pesetas y euros circulaban indistintamente por los mostradores. Incluso muchos compradores utilizaron sus cajas como instrumento de cambio monetario: pagaban pequeños productos con grandes billetes en pesetas y reclamaban el cambio en euros, así se hacían también con la moneda recién estrenada. Sobre todo en pequeñas poblaciones, donde acceder al banco se hacía más complicado que utilizar el comercio para hacer el cambio.

Ya entonces se advertía de la psicosis de los consumidores frente al incremento de precios que suponía la confusión inicial y el redondeo. Prisa la que se dieron también muchos en cambiar la moneda vieja por la nueva, una operación para la que había seis meses de plazo. Hasta los bancos tuvieron que limitar la cantidad de euros a cambiar en los primeros días.

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