Diario de León

Yolanda Rodríguez Menéndez

Esto no es amor

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(Ella, la chica perfecta, él un caso perdido; él conduce su moto, ella en el coche de su padre camino del instituto. Coinciden parados en un semáforo y él grita: «fea, sí, tú», ella se asoma por la ventanilla y le hace una peineta, él les adelanta con su moto…).

Estoy inquieta, tengo mucho calor, …me grita: ¡No vas a volver a salir con esas!, ¡sois todas iguales, unas «zorras»!

(Baby: ¡Si vas a hacer lo que te viene en gana, romperemos, te lo juro!

H: Está bien, cambiaré)

Tengo mucho calor y me duele todo el cuerpo. Ring…ring…ring…

(Baby: Responde al teléfono.

H: le pregunta: ¿qué quieres que hagamos mañana?

Baby: ¡Escaparnos!)

(H la espera con su moto a la salida del colegio. Baby corre a su encuentro,

mientras que su amiga le dice «Baby, relaja la pelvis».

Están en la playa, tumbados sobre una toalla con la bandera de los EEUU.

H: «yo quiero ser el primero»

Baby: «y el último» 

H se ríe, Baby le dice: «no te rías».

Y es ahí cuando te das cuenta de que las cosas solo ocurren una vez.

Baby: «Estoy feliz».

H: «Pues yo más»

Baby: «¿Cuánto?»

H: «¿a tres metros sobre el cielo»)

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi…, una luz parpadeante me deslumbra, no me deja ver absolutamente nada, tengo mucho calor, estoy muy inquieta. ¡Qué pitido tan insoportable! Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi…grito: ¡Por favor, que alguien apague esto!

Todo el texto que aparece dentro de los paréntesis, y en letra cursiva, pertenece a un

fragmento del «tráiler» de la película: «A tres metros sobre el cielo», de Federico Moccia.

Año 2010.

Pi, pi, pi, pi, pi…

¡Uf, menos mal! todo era un sueño. ¡Qué pena!, con lo que me gusta Mario

Casas. Bueno, al menos ha sido un sueño bonito. Pienso: ¡Qué malo y que canalla que es!, pero, que suerte la de la protagonista por vivir una historia de amor tan bonita.

¡Qué calor por Dios! Me incorporo, camino hacia el pasillo.

Pi, pi, pi… Otra vez ese pitido, ¿será posible?, ¡que lo paren! Pi, pi, pi, pi, pasan a mi lado varias personas corriendo, no me dicen nada. A ver si lo arreglan.

Pero, son médicos, enfermeras, ¿Entonces?, ¿estoy en un hospital? No me acuerdo. No entiendo nada.

Por fin desaparecen los pitidos. Es tan temprano que decido regresar a la cama. Pero, si ya estoy en la cama, quiero gritar y no puedo ¡levántate!, ¡qué haces durmiendo! Recuerdo la discusión, las voces, los golpes, el jarrón roto y un empujón que me hace caer al suelo. ¡Eso es!, me debí golpear al caer. ¡Qué torpe soy! Si no le hubiera contestado nada de esto habría ocurrido. Fue culpa mía, una vez más. Un médico dice a la enfermera: Desenchúfenla y avisen a sus padres. Hora de la muerte.

Pero, ¡que les estoy escuchando!, ¡esperen un momento que ya me

despierto!

Pi, pi, pi, pi, pi…ring, ring, ring…¡Por Dios! No puede ser, otra vez, esto es insoportable y ahora son dos sonidos. Sigo sin poder moverme, sin poder gritar, aunque lo estoy intentando.

¡Paula, Paula, Paula, abre la puerta!

Abro los ojos. Me tengo que tocar para cerciorarme de que esta vez estoy despierta y no estoy en ningún hospital, estoy en mi casa y está sonando el teléfono y el timbre de la puerta a la vez, y está gritando, ¡Paula!, ¡Paula!, ¡abre la puerta por favor, déjame que te explique!, ¡perdóname!, ¡sabes que te quiero!

Reconozco su voz y empiezo a temblar, me incorporo en el sofá. ¡Jolines, cómo me duele la pierna!, no puedo evitarlo, camino hacia la puerta mientras contesto al teléfono. ¿Diga?

Somos de la Policía Judicial, Paula ¿está bien? Hemos advertido la

presencia de su pareja dentro del radio de exclusión, próximo a su

domicilio.

Miro por la mirilla y les digo: ¡Está aquí!

No abra la puerta. Estamos de camino.

Esta vez no voy a retirar la denuncia.

Denunciar los hechos y no retirar la denuncia, algo tan sencillo y tan difícilde mantener en la práctica para las victimas de violencia de género.

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