Diario de León

La primera mujer en un torno en Jiménez de Jamuz: «A mi padre le retiraron los días»

- María Teresa García fue la primera mujer en trabajar en un torno en Jiménez de Jamúz. Apostó por el pueblo y un oficio de hombres en el que las mujeres tenían otras funciones. Su insistencia la convirtió en la primera mujer tornera de una saga familiar de seis generaciones de hombres dedicados al oficio.

María Teresa García Celada, en el torno de su taller en Jiménez de Jamuz.  FERNANDO OTERO

María Teresa García Celada, en el torno de su taller en Jiménez de Jamuz. FERNANDO OTERO

León

Creado:

Actualizado:

María Teresa García Celada se sentó en un torno en Jiménez de Jamuz a los 15 años en contra del criterio de su padre y de la costumbre de un pueblo experto en convertir el barro en las mejores cerámicas.

Fue la primera mujer en seis generaciones familiares que no se conformó con ayudar a los hombres en el oficio. Y la única hasta ahora. Otras mujeres como Marta Rodríguez, mujer del también ceramista de Jiménez de Jamuz, Miguel San Juan Peñín, aprenden el oficio. «María Teresa fue la única mujer que desafió la costumbre porque era un oficio de hombres. Ellas se dedicaban a otras labores, como esmaltar», recuerda Peñín.

«Soy la única», asegura María Teresa. «Dicen que hace muchos años que había una señora que hacía tapaderas en el torno, pero no es lo mismo que hacer de todo y de gran tamaño, como hago yo».

A sus 57 años, Teresa administra sus horarios para pasar la mayor parte del tiempo en su torno, rodeada de barro y de cacharros que están en los primeros soplos de su creación.

Sus manos, que cuida con el propio barro con el que trabaja, pueden moldear hasta 400 tazas al día. «Mi don está en las manos», dice. Sus dedos moldean chamorrillos, tinajas, librillos o barriñones, bocalejas para el agua, cántaros, potes, vajillas, flores, barriles, palanganas, ánforas, garrafones, hornos...La bodeguilla del taller, la única de tierra que está dentro del pueblo, es como un museo en el que se mezcla la cerámica más tradicional con la más actual. «Nos modernizamos y también usamos los moldes algunas piezas», aunque las mejores salen de sus manos. «Mi sello son las flores», dice mostrando toda una colección de cerámicas decoradas con la creación que la identifica. 

Como suele ocurrir con todos los cambios, a Teresa no le resultó fácil luchar por sus sueños y no sólo tuvo que enfrentarse a su padre, que quería que su hija estudiara, sino a la tradición de un oficio que llegó a tener 600 alfareros y 104 hornos de leña en la zona.

En la cuna de la artesanía del barro de la provincia, el oficio languidece. Además del taller de María Teresa, siguen en activo la Alfarería San Juan y la Catedral del Barro. Entre los tres suman media docena de alfareros. «En aquellos tiempos sí se ganaba con la alfarería. Hoy da para comer. Compré esta casa y pedí una subvención para ampliar el taller en 2003»

«Algunos vecinos le dejaron de dar los días a mi padre porque me puse a trabajar en el torno. Ver a una mujer en ese puesto era muy raro. Ellas se dedicaban a ayudar a los hombres, a amasar el barro, a sacar los cacharros a la calle para que se secaran, a cargar el horno moruno o esmaltar. Mi padre me dijo que estudiara, pero a mí lo que me gustaba era esto. Al principio se negó, no quería, pero yo insistí. Me sentaba en el torno cuando él se marchaba». María Teresa ganó ese primer asalto, a pesar de la desconfianza que provocó esa actitud entre los vecinos. «Con el tiempo pregunté a una vecina mayor que por qué no les gustaba que yo trabajara en el torno y me dijo que porque era un oficio de hombres y que las cacharreras que se sentaban en el torno no se casaban. Yo me casé con 19 años».

Pero el barro no se deja moldear por manos inexpertas y exige compromiso, dedicación, cariño y horas de trabajo. «Al principio lloré mucho, muchísimo. Me ponía y no me salían las piezas. La base principal para que todo salga bien es centrar el barro para luego poder subirlo. Yo empezaba a subir con los dedos, con la técnica que se llama ‘la tijera’, pero el barro se movía. Insistía. Unas veces me salía y otras no. Ahora ya no lloro tanto, aunque nunca se acaba de aprender».

El amor propio y al oficio no la desanimó en su empeño. «Mi don está en las manos», insiste. «Yo no tengo tanta fuerza como un hombre y tengo que buscar los medios para hacer piezas grandes. Mi padre podía levantar el barro más arriba, pero lo que hago yo es hacer piezas que luego voy empalmando. Así puedo subir todo lo que quiera». Esta técnica la utiliza para hacer barriles y otros cacharros de gran tamaño.

Cuando se casó, su marido, natural de Saludes de Castroponce, del municipio de Pozuelo del Páramo, dejó su trabajo para trasladarse con ella al taller. «Mi marido me ayudaba. Hacía el trabajo que antes hacían las mujeres en este oficio. Cuando murió tomó el relevo mi hijo mayor que entonces tenía 17 años, Santos Fernández García, que empezó ayudándome y ahora es el que lleva la gestión del taller. Yo me dedico al torno, que es lo que más me gusta y donde hay días que estoy hasta las once de la noche porque no tengo horario». 

Santos es uno de los tres hijos de María Teresa. Cuando enviudó, el más pequeño tenía 6 años. Ahora, con 26, también está aprendiendo el oficio, que necesita al menos dos años de formación. «La muerte de mi marido fue un golpe fuerte, lo pasé muy mal. Gracias al psicólogo de la Asociación Contra el Cáncer pude superar su pérdida».

El taller está situado en la plaza del pueblo, donde sacan todos los días todos los cacharros al sol para que se sequen. «Vendemos a ferias y fiestas. Los ayuntamientos nos encargan lo que necesitan. Además vamos a las ferias. Hemos estado en Zamora, Salamanca, La Bañeza, Ponferrada, Valladolid y León. Online no vendemos nada. Lo intentamos pero no tuvimos buena experiencia porque el producto puede llegar roto». En las ferias triunfan aceiteras, azucareras, escurrideras, queseras, ensaladeras, platos para las tortillas y huchas personalizadas con los nombres, entre otras cosas.

El oficio y el pueblo son dos pasiones incuestionables para María Teresa, que ha inculcado ese amor a sus hijos para que echen raíces. «Me gusta mucho Jiménez de Jamuz. Mi padre se fue a trabajar a Barcelona cuando yo tenía 12 años, pero decidió volver porque eso de levantarse, ir a trabajar y no hablar con los vecinos no le gustaba nada. Aquí en los pueblos hay más libertad. Mis tres nietos juegan en la plaza con la bicicleta sin riesgos. Tenemos carnicería, dos restaurantes, bares, centro de salud, casa de cultura, colegio y estamos al lado de La Bañeza. Vivo bien. En el pueblo hay unos valores de amistad con la gente». 

Miniaturas

La gran pasión de María Teresa son las miniaturas. Ese don que tiene en las manos consigue dar forma a todo un mundo de menudencias que reproducen a pequeña escala las grandes obras. Lo complejo de la técnica es que estas pequeñeces se construyen en el torno. «Es mi pasatiempo. Cuando acabo del trabajo de los pedidos diarios que me encarga mi hijo me dedico a hacer miniaturas». Como los pendientes de minibotijos que se ha puesto para lucir en este reportaje. Sobre el mostrador del taller hay todo un mundo liliputiense al que no le falta ningún detalle. «Cuando me pongo a hacer miniaturas no miro el tiempo. Puedo estar horas y horas, es mi pasión. Hay que tener mucho cariño por lo que haces para que no te importe el tiempo que le dedicas. Tienes que estar concentrada para hacer un buen trabajo».

La tradición

Alfareros como Miguel San Juan Peñín siguen utilizando el barro de las canteras de la zona . María Teresa lo compra ya preparado en Barcelona. Miguel aprendió el oficio el Alfar Museo, «Ahora esta cerrado por obras y el maestro que lo llevaba cogió una excedencia. Había muchos aprendices. Es un oficio en peligro de extinción que no se acaba de aprender del todo nunca».

tracking