Diario de León

La llegada del correo y las diligencias daba especial animación a esta vía

Manuel Diz (II)

Manuel Diz diseño el puente de Requejo, también llamado de la Reina Victoria Eugenia

Manuel Diz diseño el puente de Requejo, también llamado de la Reina Victoria Eugenia

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León

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En la entrega anterior recorrimos con nuestros lectores la calle que lleva en su rótulo el nombre de Manuel Diz, en recuerdo al que fuera ingeniero jefe de Obras Públicas y autor del proyecto del Puente de Requejo o de la Reina Victoria Eugenia. En realidad, la vía adoptó este nombre en 1906 pues su denominación tradicional, la más arraigada en la memoria popular de los bañezanos, es la de calle de la Fuente, como alusión a la vetusta fontana que existió en tiempos pasados junto al Puente de Herraces. Estudiosos como don Conrado Blanco o el Padre Albano han localizado abundantes citas documentales sobre la calle de la Fuente, referidas casi siempre a los molinos y otras propiedades particulares que se ubicaban en el lugar. Igualmente, al final de la calle se asentaba hasta el siglo XIX una puerta que daba acceso a la villa y en la que se abonaban los correspondientes impuestos y alcabalas. La vía presentaba por entonces una inusitada animación, ya que aquí estaba la administración de Diligencias. Proliferaban a su vera las posadas y mesones, llenos de público a las doce de la mañana, hora en que llegaba el correo y las diligencias procedentes de León, Astorga, Veguellina y Benavente. Como complemento a este medio de transporte, en la calle de la Fuente se abrieron distintas casas que alquilaban berlinas y landós a los vecinos. Existe una anécdota, plena del embrujo misterioso de los tiempos pasados, que como muchas otras curiosidades ha sido recogida por el bueno de don Conrado Blanco, un referente imprescindible en la cultura bañezana. Al parecer, una vez finalizada la Guerra de la Independencia llegó a la ciudad un joven y elegante matrimonio que se alojaría en un destartalado mesón que hubo en la calle de la Fuente. Decisión que causó un corro de murmullos en la villa, pues el porte y la distinción de la pareja no se correspondían para nada con la humildad de aquella posada de arrieros y otras gentes de condición más bien modesta. La sorpresa se acrecentó al saberse que habían hecho una desorbitada oferta para comprar el mesón, desatando la imaginación de un pueblo que no tardaría en hacer correr distintas versiones sobre los hechos. Según algunos, el joven caballero era un antiguo oficial de Napoleón y venía a recuperar las joyas y el dinero que escondió tiempo atrás en el mesón, cuando los franceses tuvieron que huir.

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