Diario de León
La Virgen de Angustias es una de las que mayor devoción genera entre los leoneses cada Semana Santa. Su imagen debuta cada año en la procesión de La Pasión. | ramiro

La Virgen de Angustias es una de las que mayor devoción genera entre los leoneses cada Semana Santa. Su imagen debuta cada año en la procesión de La Pasión. | ramiro

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CAPILLOS ARRIBA PABLO RIOJA BARROCAL
León

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Existe un pueblo en Bosnia y Herzegovina donde cuentan que la Virgen lleva casi 40 años apareciéndose a un pequeño grupo de videntes. Medjugorje, se llama. Un lugar campechano, perdido entre montes y alejado del ideal de belleza que exigiría cualquier guía turística al que sin embargo peregrinan millones de personas cada año. «La casa de María en la Tierra», lo llaman algunos. Fue un Martes Santo de 2012, tal día como hoy —durante la procesión del Dolor de Nuestra Madre que organiza Angustias— cuando escuché por vez primera hablar de aquel enigmático paraje.

Movido por las historias fantásticas que me contaban algunos «nuevos conversos» sobre el sitio —y pese a mi incredulidad de fábrica— decidí comprobar de primera mano si los supuestos mensajes que la Señora andaba regalando al mundo de forma extraordinaria eran ciertos o un mero engaño divino. Y siento desilusionar al lector, pero después de tres viajes a Medjugorje aún no he logrado cruzarme, aunque sea por error, con la mismísima madre de Cristo. Quizá sea porque —como canta Fito— ‘si no cierras bien los ojos muchas cosas no se ven’.

Pero no es menos cierto que sería de necios negar algunas evidencias. Allí sucede algo extraño. No, no vi a la Virgen, ni al sol danzar, ni a ningún paralítico levantarse de su silla, ni tampoco levité por las esquinas empujado por enfervorizadas masas. Más bien comprendí lo que es el respeto y el amor por una eucaristía para más de 4.000 personas, vi confesionarios llenos, escuché testimonios de todo tipo, de gente que no creía en nada y de pronto vio la luz, de familias destruidas que se reconciliaron, de ricos tan pobres que lo único que tenían era dinero y que desde su visita a Medjugorje lo habían dejado todo para ayudar al prójimo... Vi, en definitiva, muchos de los milagros escritos en la Biblia desde hace siglos pero hechos carne hoy.

También, por qué no decirlo, experimenté una especie de paz sobrenatural durante mi estancia. Un regalo —me cuentan los entendidos— que la Virgen regala a quien llega hasta allí en busca de respuestas. Lo cierto es que yo encontré todavía más preguntas. Aunque lo duro, insisten los que dominan el tema, es vivir Medjugorje cuando cada peregrino regresa a su casa. «Al final la Virgen pide que nos volvamos a Dios, que pongamos en práctica el Evangelio, nada más», contaba el guía local que me acompañó en mi primer viaje. Reconozco que yo fui incapaz. Toda la paz se tornó hastío a los pocos minutos. No había comprendido nada. Nada hasta que ayer por la mañana pasé por Santa Nonia a ver un minuto al ‘jefe’ y a la Virgen de Angustias. Fue al ver su cara, profunda y más viva que nunca, cuando entendí que el verdadero milagro surge cada día si te pones de cara a Él.

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