Diario de León

POESÍA

Con miedo a volar

CRONOS EN BARDAYA Sara Otero del Amo La Armonía de las Letras, León, 2017. (Los Libros de Camparredonda) 112 páginas.

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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L os libros editados por Gregorio Fernández Castañón son un lujo, un tesoro. Pocos cuidan como él la edición del libro como un objeto bello en sí mismo. Da gusto ir contemplando las ilustraciones, acariciando y oliendo las páginas de Cronos en Bardaya , el nuevo libro de la poeta leonesa Sara Otero del Amo, la autora de La gramática de las cigarras , su obra anterior.

Cronos en Bardaya se dispone «a modo de almanaque» siguiendo los meses del año, de enero a diciembre. Pero antes, en el poema-prefacio, la poeta expresa su «miedo a volar / y, sin embargo, / mi oficio no es otro / que aprender a contar / la lengua / de mis abuelos», de los antepasados de ese valle de Bardaya, en el del Torío, por donde también discurre Cronos mes a mes, con varios poemas para cada uno.

Enero trae la nieve y la evocación de la abuela, y el sueño de que «juntas caminamos por senderos de roble / y de piornos», y la pregunta que flota en el tiempo de «qué chasquido originario / nos dio la carne / y el lenguaje». En febrero hay un poema muy emotivo, «El anciano de Nara», que imprime lentitud a la vida: «Cuando deje Kioto / que se quede siempre / en mi retina / el anciano con sus ciervos, / la manera profunda / y calmada / de amar la vida». Para marzo deja la poeta la evocación del valle y de sus gentes, los oficios, los rebaños, la mina, los leñadores del hayedo, «mis vecinos de la montaña». En abril, entre otras cosas, estos versos con cierto humor: «Como si ser poeta / fuera / el don más alto / y me librara de hacer la compra».

Con junio y julio llega la alegría del verano, evocaciones familiares y del paisaje, activación de la memoria y esa hermosa imagen ante una fotografía de la boda de los padres: «todavía no sabe / qué ríos se abrirán / para ella / entre la niebla». Así van transcurriendo los meses, con poemas que delatan un fondo de evocación afectuosa por medio de una expresión sencilla y una mirada limpia sobre un paisaje y sus gentes. En diciembre, el invierno ha vuelto a caer sobre el valle y la poeta expresa en el poema final sus miedos interiores con cierta ternura: «Tengo miedo muchas veces al día... / A la longevidad del abuelo. / Que la niebla pase / de sus ojos a sus manos / y no podamos sujetarle más... / que se quede para siempre / escondida la vida / en medio del invierno, / que no despierte más / la montaña / del silencio helado de diciembre».

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