Diario de León

ANTONIO PEREIRA

Ciudadano de Poniente

l En ‘Las ciudades de Poniente’ se marcan las fuentes de inspiración del escritor villafranquino, fallecido ahora hace una década. aniversario El 25 de abril se cumplen diez años de la muerte de Antonio Pereira, el escritor villafranquino que nos sigue permitiendo disfrutar de tanto cuento y de su palabra llena de sugerencias.

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Publicado por
alfonso garcía
León

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E ste tipo de efemérides tienen la voluntad y la virtud de servir de acicate para seguir manteniendo viva su obra mediante la lectura, que es la única fórmula eficaz que lo hace posible. Hay donde elegir para disfrutar de esa capacidad que tuvo para transformar la vida en literatura. Planteamientos imprevisibles con finales abiertos, historias dentro de la historia principal, la ironía, el suave erotismo, el humor como tensión narrativa… son algunas de las características que definen la prosa tan singular y atractiva de Pereira y que tampoco pueden perderse de vista, por supuesto, en los límites literarios, o reales, de Poniente o Noroeste, espacio al que permanece fiel con su carácter fronterizo, periférico y a veces provincial, aunque lógicamente transformada su validez en universal. Poniente es el Noroeste mágico convertido en verdadero territorio literario. Como espacio real o como espacio mítico y secreto. O como ambos. El genio creativo, la condición de la obra literaria y, especialmente, los topoi de cada época, han ido conformando un acervo cultural variado, complejo y sugestivo. Tal es el caso del libro de veinticuatro relatos ’Las ciudades de Poniente’ sobre el que hoy fijamos de manera especial la mirada y, como consecuencia, proponemos a la lectura. Siempre la ocasión es buena.

En este libro se marcan las fuentes de inspiración temática de Pereira, ligadas a los acontecimientos y personajes de su experiencia vital. «Se trata –escribió Salvador Gutiérrez- de relatos que surgen de las peripecias relacionadas con individuos reales o verosímiles de las Ciudades de Poniente o de su entorno rural, donde existe la tradición de contar y, por consiguiente, siempre se tiene conectada la antena para captar acontecimientos aptos para su transformación en relato». El narrador, identificable con la voz del autor, es un personaje más, lo que aporta mayor cercanía y se convierte así en un verdadero vecino, un ciudadano de Poniente. Hay detalles, aparentemente insignificantes, que hablan de un buen observador, silencioso las más de las veces, aunque también un gran fingidor, literario por supuesto, que finge con frecuencia dudas, muy en la línea de Cunqueiro, actitud que fortalece la creencia de realidad.

No sé si hay una literatura o una prosa del Noroeste / Poniente, pero de existir este sería el modelo, un modelo al menos, aunque ya se encarga Pereira por boca de don Antonio (hay un tributo de amistad en el libro a Antonio González de Lama) en incorporar como referencia otros nombres: «En todo el Poniente, las tardes tienen como una lumbre que les falta a las mañanas –y don Antonio habló de esa porción de España que siempre le bastó para su vida-: Somos gente del Noroeste. El noroeste es un país grande. Es la Galicia de los líricos antiguos y de los fabuladores de hoy, pero también la Asturias de La Regenta y la Sanabria de San Manuel Bueno, y, por supuesto, el Bierzo y los de Astorga, digamos que hasta el Torío para que quede dentro la catedral de León…».

Para definir y limitar las «fronteras» de ese territorio literario, que se espiga a través o a lo largo de su obra, Las ciudades de Poniente es libro definitivo en este sentido. Y uno de sus cuentos, «El asturiano de Delfina», paradigmático. Con sus concesiones características a las que aludía a la hora de definir geografías físicas y espirituales, literarias de Poniente (aquí utiliza Noroeste), amplía el espacio, como lo había hecho antes «hasta el Torío para que quede dentro la catedral de León…». Escribe ahora en un diálogo lacónico con don Antonio:

«-¿Y la Tierra de Campos? –se me ocurrió porque justamente Delfina procedía de allí.

Se quedó pensando.

-Está bien, pongamos que el noroeste llega hasta el castillo de Grajal. Pero de allí no paso ni una legua».

Pereira en estado puro. Preciso e indefinido. Claro y ambiguo. Seguro y titubeante, ambas cosas al menos en apariencia. Provocador de sospechas y preguntas. Provocador y juguetón con el lector, al que ‘exige’ complicidad con sus propuestas.

Como en tantos otros escritores, la transversalidad es fundamental a la hora de acotar temáticas. Leído ‘Las ciudades de Poniente’ en su contexto global con la intención de buscar pistas aclaratorias que definan este territorio, algunas de las cuales, fundamentales, se han referido con anterioridad, espigando los textos narrativos el lector encontrará otros elementos que lo complementen y clarifiquen.

Entre estos elementos complementarios que ayudan a definir el espacio del Noroeste, la toponimia despeja mucho, bastante al menos, el horizonte. Y las anotaciones meteorológicas (la luz tamizada, con las tardes que «tienen lumbre», o las nieblas bajas, o la nieve…). Y los usos, costumbres, tradiciones, entre ellas la tradición oral, el tono coloquial, los diminutivos esclarecedores, el poder sonoro de las palabras, algunas de uso no recogidas en el diccionario de la RAE, las brujas, las alusiones a la minería de antracita o de «plata de Ruibales», cerca de La Faba. Por supuesto, animales característicos, con tres referencias esenciales (urogallo, lobos y mastines). Por supuesto, los placeres de la mesa, teniendo en cuenta que, atendiendo a multitud de referencias y matices, los habitantes del territorio son más propensos a perdices con cachelos, truchas de río, tacos de jamón y cecina, botillo sobre todo –«siempre fue el evangelio»-, castañas, cerezas, «las filloas de postre, el café de puchero y nuestro aguardiante de orujo». Buena compañía, eso sí, y que no falte sobre todo el jarrito o el cuartillo de clarete –«esa clara alegría»- de vino.

Las ciudades de Poniente se desarrolla básicamente en el territorio del realismo, con incursiones en lo grotesco y esperpéntico, con la presencia permanente del humor y la ironía. El apoyo de una levísima anécdota elevada a la categoría de relato es una de sus grandes virtudes. En este caso, diseminados por los relatos que componen la obra, las características que dibujan un territorio, entre real y ficticio, Poniente / Noroeste, ?donde habitó, habita y habitará el ciudadano Pereira.

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