Diario de León

Tres... dos... uno. Ferrari 390 MM

Aquellos «Mille» del 56… bajo el diluvio. Tres («556»), dos («551»), uno («548»)… Castellotti. Y Collins, Musso, Fangio y Gendebien… cinco Ferrari en las cinco primeras posiciones de aquellas Mille Miglia de 1956. El «Reparto Classiche di Maranello», se ha encargado de recuperar la magia… de la restauración.

El «Reparto Classiche di Maranello» recupera el icónico 290 MM de las Mille Miglia 1956.

El «Reparto Classiche di Maranello» recupera el icónico 290 MM de las Mille Miglia 1956.

Publicado por
JAVIER FERNÁNDEZ
León

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Trescientos... inscritos. Cinco Cavallino en el 56; aunque también, en otras ocasiones, Alfonso De Portago, Von Trips, Phill Hill, Stirling Moss… se sentaron «al volante» de aquel legendario biplaza Sport 290 MM que ahora, cincuenta y ocho años después, ha pasado (una de las dos unidades que salieron de los talleres de Maranello rumbo a Brescia aquella primavera del 56) por el laboratorio del Reparto Classiche di Maranello para someterse a una cura de rejuvenecimiento que... le ha sentado de lujo .

Nacido como 860 Monza, el propio Coommendatore Enzo Ferrari decidió sustituir el cuatro cilindros por «su» más querida fórmula motorística: el V12... nacía el 290 MM (por Mille Milglia ) que, en las siguientes temporadas, vería como se lo rifaban los mejores pilotos del momento en las distintas especialidades (el español Fon De Portago entre ellos) de la Mille Miglia a la Targa Florio, del Gran Premio de Suiza a las 12 Horas de Sebring y de ahí… a la gloria, y alguna que otra tragedia.

En 1957, la Scuderia (ya saben, filosofía «competición-cliente») vendería «nuestro protagonista» al piloto belga Jan De Vroom quien, lamentablemente, lo chocó en una carrera suiza. Tras una reparación de fortuna, y una radical transformación de carrocería que lo tornó irreconocible , aquel histórico 290 MM ha vuelto a las fuentes de la casa madre y a recuperar su estado original; luciendo incluso el imaginativo, alargado y prominente (tapón de llenado rápido… incluido), «Ponton Fenders» inspirador del Testa Rossa… ¡qué tiempos!

¿Y las Mille ...?

Entre 1927 y 1957, veinticuatro ediciones; Mil «infernales» Millas, Brescia-Roma-Brescia, en «recorrido abierto» al tráfico normal; «cerrado» y «marcado», en la práctica, por los miles de enardecidos espectadores que cuajaban las cunetas de las reviradas carreteras de la Italia septentrional. Escenario —teatro de operaciones, las más de las veces— elegido por los «Cuatro Mosqueteros»: Aymo Maggi, Franco Marzotti, Giovanni Canestrini y Renzo Castagneto, bajo los auspicios del Automóvil Club de Brescia, para poner en marcha, y lanzar al mundo, una de las mayores epopeyas que haya conocido nunca el automovilismo deportivo. Cuando se competía por el placer de hacerlo, por correr «más que...» y fotografiar «mejor que...» (Louis Klemantaski copilotando, cámara en ristre, a Peter Collins; les recomiendo vivamente el libro editado por «Automobilia» , si son capaces de encontrarlo aún); por sufrir, ganar contra los elementos... y la propia mecánica; corona de laurel al cuello... por trofeo, la satisfacción... por bandera y, al final, tercer tiempo cervecero ... para festejar con los oponentes, convertidos en —«casi»— amigos desde el banderazo de salida al paso por la ajedrezada… ¡qué tiempos!

Tres cifras por dorsal: hora y minuto (minutos) de salida para cada participante. Hasta trescientos de ellos siguiendo el recorrido de la «flecha roja» ... en el corazón de los Apeninos; de Siena a Viterbo por el Col de Radicofani; la mismísima Vía Emilia y los Prealpes; la Vía Aurelia y el Col de Furlo; los míticos Col de la Futa y de Raticosa, Vía Cassia incluida, ya en los 50, cuando los organizadores instauran el «Gran Premio Tazio Nuvolari» recordando al campeonísimo «Mantovano Volador» , fallecido en agosto de 1953.

Hasta la tragedia del 57... que acabó por dar al traste con la epopeya, convertida ya en mitología automovilística. La suerte traicionó a Fon De Portago; el Ferrari destrozado y una docena de espectadores muertos, incluidos el piloto y su copiloto Nelson.

El de 1957 sería el acto final de una puesta es escena que, durante casi tres décadas, Mil Millas y montones de heroicos pilotajes, puso en pié de carrera cientos de palpitantes historias... irrepetibles.

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