Diario de León
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La filoxera se alimenta de la savia que chupa en la raíz de las vides y su desembarco en Europa la convirtió en una plaga mortal para el viñedo, menos resistente que el americano a su acción parasitaria. El insecto, de apenas un milímetro, se extiende a la misma velocidad que se reproduce y es capaz de arruinar miles de hectáreas de viñedo en poco tiempo.

Luis Vicente Elías Pastor, que trabaja en el departamento de Documentación y Patrimonio Cultural de Bodega R. López Heredia en Haro y está elaborando un atlas etnográfico del viñedo en España, sabe lo dura que resultó la plaga también en La Rioja, donde los viticultores probaron con los insecticidas que se conocían, como el sulfuro de carbono disuelto en agua e inyectado en el suelo, que era eficaz, pero muy caro.

Inundar las viñas para ahogar al insecto fue otra solución por la que optaron en zonas de regadío. En Burdeos, las bodegas que elaboraban los grandes chateaux franceses temían que el injerto de cepas europeas en pies de vides americanas estropeara el sabor de sus vinos y diseñaron canales para anegar periódicamente los viñedos. «Pero cada año producían menos y también tuvieron que aplicar injertos», cuenta Elías.

Se llegó a usar cal viva, naftaleno y aceite de hulla en el tronco de la vid. Y no faltó la picaresca de quienes pregonaban remedios milagrosos como untar las cepas con orines y cal. Al final, la solución al problema también estaba en América y la replantación con cepas injertadas salvó al viñedo de la desaparición.

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