Diario de León

una realidad amarga

la otra cara del verano

cientos de personas en león viven bajo la sombra de la pobreza. el rostro amargo del verano recorre las calles leonesas, una realidad que deja cada día más víctimas desde el comienzo de la crisis

Decenas de personas se sientan en las calles leonesas a la espera de que alguien se fije en ellos.

Decenas de personas se sientan en las calles leonesas a la espera de que alguien se fije en ellos.

Publicado por
selene pisabarro
León

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Caminar por León en verano es nadar entre calles vacías que recorren cada esquina. Un motivo más para mirar hacia otro lado y no fijarse en la realidad que invade a las cientos de personas que tratan de hacerse un hueco entre los azulejos de una acera un poco más recogida que las demás o en el cajero de un banco. Porque viven en León durante todo el año y no se van de vacaciones en verano.

El único lugar adonde se mueven es a un albergue o un comedor social y los únicos regalos que reciben son la comida, un lugar donde dormir y asearse, además de la compañía de gente que está en su misma situación. Más que regalos, derechos que necesitan por ser personas.

El verano deja volar la mente a otra parte y, a veces, también la moral y la conciencia. Los vagabundos, los transeúntes y otros ciudadanos en riesgo de exclusión social viven durante todo el año una pesadilla permanente que desearían no haber empezado nunca.

‘Jesús’ (nombre figurado) es un transeúnte que se sienta donde le dejan en la calle: «No puedo estar donde quiero, la policía siempre te echa, al menos que sea rumano o búlgaro». Lleva siete años vagando por las céntricas calles de León, sin encontrar un hogar, «En verano no voy a los albergues porque solo puedes estar dos o tres días, así que normalmente duermo en un cajero». Se refiere al Hogar Municipal de Transeúntes, que abre todos los días de 21:30 horas a 9 de la mañana. Jesús es uno de los tres millones de personas en España que viven bajo un nivel de pobreza extrema. El centro de acogida nocturna Calor y Café cierra durante el verano hasta el 1 de septiembre, por lo que las opciones se reducen.

En la Asociación Leonesa de Caridad conocen mejor que nadie la panorámica de la miseria. Uno de los lugares más emblemáticos para León que trata de derrotar (o al menos, hacer menos dura) la pobreza. Durante el verano, reducen los servicios, aunque el desayuno y la comida continúan durante todo el año.

Alrededor de 110 personas acuden al comedor todos los mediodías, donde además de almorzar, consiguen un bocadillo que les sirve para la merienda o la cena. «La diferencia no es tan grande, comparado con el invierno, viene un 10% menos de gente», dice sor Josefa, una de las nueve hermanas que pertenecen a la congregación religiosa Hijas de la Caridad.

Ellas son los cimientos y el motor principal para que se levante la obra social, pero cuentan con la ayuda de 111 voluntarios durante todo el año que trabajan incansablemente para que las personas con menos recursos tengan un lugar al que acudir. Porque no solo les proporcionan alimentación, sino también un hogar. Una asistente social se encarga de realizar tareas con las personas que llegan para que poco a poco se inserten en la sociedad.

Pese a que muchos ciudadanos dan la espalda a estas personas, no tienen ningún pudor cuando llegan al edificio al que algunos consideran su hogar. Tan solo se les exige como requisitos de pagar una cuota simbólica de 60 céntimos y que acrediten su falta de recursos. Una vez que atraviesan la puerta y les atiende sor Josefa, entran en otra realidad por unas horas.

La cara más oscura de esta situación que viven miles de personas en verano es la de ver pasar por su lado a gente impasible ante sus circunstancias.

‘Manuel’ (también nombre figurado) se sienta cada día en la plaza de Santo Domingo en un rincón de un escaparate y ve cómo miles de pasos cada hora no se detienen ni para darle un bocadillo. «Lo máximo que consigo recopilar es 10 o 12 euros diarios, nadie quiere darte nada porque dicen que no tienen». De repente, llega Isabel, una ama de casa de 67 años. «Hola, majo, ¿qué tal el día?» y le esboza una sonrisa a Manuel, que se la devuelve. «Es la única persona que me da algo, hoy es un bocadillo de queso», dice mientras lo desenvuelve y le da un mordisco.

En cifras, la realidad es muy cruda: El Ayuntamiento de León abrió en noviembre de 2013 un censo de mendigos en el que actualmente están registradas 324 personas sin recursos. Además, la Unidad de Emergencia Social de Cruz Roja atiende a 216 personas que no tienen un techo bajo el que cobijarse ni recursos para alimentarse, la mayoría son hombres.

Cáritas tiene como objetivo tratar con las personas no atendidas por la sociedad para fomentar su inclusión. Se trata de una institución de la Iglesia que, en León, su presidente es el obispo Julián López y en su mayoría está financiada por fondos privados —alrededor del 75%, es decir, una aportación de casi un millón y medio de euros—.

María Jesús Álvarez, la gerente de la Comisión permanente, cuenta que «muchas veces, las personas que llegan aquí buscan sobre todo que alguien les escuche». No hay diferencia por épocas ya que «tenemos el mismo número de afluencia tanto en invierno como en verano, porque la crisis la viven los 365 días del año».

Un millón y medio de familias españolas viven la pobreza muy de cerca, por lo que, en León, la institución proporciona acogida y atención primaria —ayuda además con los gastos fijos como el agua o la luz—, un programa de formación y empleo —del cual, aproximadamente un 40% de las personas que se presentan consiguen un puesto de trabajo— y asesora a los inmigrantes y extranjeros.

Asimismo cuenta con un ropero, un servicio centralizado de recogida de ropa que, en coordinación con otros centros como la Asociación Leonesa de Caridad, facilita prendas a quienes más lo necesitan.

Todos los martes y jueves, ‘Teodoro’ acude a Botines a las diez de la noche, donde se reúnen más transeúntes. La razón: los voluntarios de la Cruz Roja ofrecen café, magdalenas y una manta que les devuelven a la vida. Allí se reúnen otros que, como él, están en su misma situación. Casi todos son hombres. Teodoro no tiene más familia que la que encuentra en la calle. En Extremadura dejó a alguien que «se olvidó de mí y me cerró la puerta de casa». Trabajaba en el sector de la hostelería hasta que la crisis le trajo a León hace seis años.

Actualmente, el perfil del indigente es de un hombre de entre 45 y 55 años, español y procedente de la construcción o la hostelería. Sin embargo, detrás de la palabra pobreza hay personas de todo tipo: españoles, inmigrantes o extranjeros, jóvenes y mayores, hombres y mujeres… La triste situación que viven cada día en León no entiende de colores ni de sexo. La realidad que dejan todas las noches cuando cierran los ojos para dormir en el lugar que puedan es aquella que jamás hubieran imaginado y que no se la desean ni a su peor enemigo. Ni en verano ni en invierno.

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