Diario de León

nelson conde peña

Todo un día sepultado

Este año se cumplen tres décadas de la erupción en colombia del volcán nevado del ruiz, inmensa tragedia en la que perecieron más de 25.000 personas. uno de sus supervivientes vive en León y pide ayuda: lo que no pudo la lava, acabar con él, quizá lo haga la crisis

marciano pérez

marciano pérez

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Hasta luego, Nelson!», «¡Buenos días, Nelson!». «¡Nos vemos, Nelson!». Pasear por la ciudad con este hombre de suave acento, educadas maneras y cabeza ilustrada es la mejor manera de comprobar hasta qué punto resulta conocido en León. Con su mochila siempre a cuestas, es figura querida y popular, pero quizá no todos los que le saludan saben que el relato de su vida incluye un capítulo estremecedor. Nelson Conde Peña sobrevivió a una de las catástrofes naturales más devastadoras del siglo y el cuarto evento vulcanológico más mortífero desde 1500: la erupción en Colombia del volcán Nevado del Ruiz, que arrasó por completo la población de Armero y acabó con la vida de, oficialmente, unas 25.000 personas.

«Era una ciudad como León, sí señor, muy bonita, con sus avenidas y sus tiendas y sus almacenes», confirma este colombiano nacido en 1964, recordando que la riqueza de Armero procedía de haber sido en el pasado una potencia algonodera («la ciudad blanca , la llamaban»). Su padre trabajaba en un molino de aceites y su madre regentaba un pequeño comercio-taller de ropa y calzado. Nelson y sus hermanos cursaron estudios con toda normalidad hasta que en el mes de noviembre el apocalipsis se abatió sobre este tranquilo y laborioso departamento del centro de Colombia.

Pero, ¿y no avisaron las autoridades, los vulcanólogos? Nelson conoce bien la respuesta: «Sí, sí lo sabían. Pero, ¿qué hacer con las más de 60.000 almas que vivían en Armero y su comarca? No tenían idea de dónde meterlas, así que toda su preocupación era evitar que cundiese el pánico y que la gente no evacuase la ciudad». Desde dos días antes había estado cayendo una persistente lluvia de ceniza que llenó de inquietud los ánimos de la vecindad y les hizo repasar los libros de Historia: 150 años atrás, la lava se había tragado un caserío agrícola.

Al día siguiente, un Nelson veinteañero pensó «que había llegado el fin del mundo», ante sucesivas explosiones y el río Lagunilla desbordado y lleno de azufre. Y aun así, «el gobernador, el alcalde y el presidente de la nación, Belisario Betancur, seguían llamando a la calma y pidiendo a la gente que se quedara en casa. Un cura incluso dejó en la iglesia a 5.000 feligreses y huyó a otra ciudad por la puerta de atrás». Nelson estaba en casa viendo la final de la Copa Libertadores y cuando a las diez de la noche tembló la tierra y las paredes empezaron a resquebrajarse, preguntó al cabeza de familia si debían salir corriendo. Él opinó que no, que había que hacer caso a las autoridades. Tres cuartos de hora más tarde, enormes lenguas de lodo, tierra y escombro («eran como la Catedral de altas, había piedras más grandes que casas y el rugido era como el de 20.000 aviones a reacción») se abatieron a velocidad endiablada sobre Armero, llevándoselo por delante. «Salimos y mi padre se metió en un taxi, pero el fango lo cubrió de inmediato. Los demás acertamos a subirnos a un camión, yo colgando; me bajé para intentar ayudar a mi padre pero fue imposible: el lodo me tapó hasta el cuello y así estuve casi un día». Logró salir, herido en las piernas, para iniciar un lúgubre viacrucis hacia zonas más altas junto con otros supervivientes («era como una procesión, íbamos con velas y a uno le faltaba una oreja, otro iba cojo, etc.»). Encontró a su madre y hermanos y más tarde reconoció «por el reloj» el cadáver de su padre.

Acusa, pues, de «criminal» a Belisario Betancur y al resto del gobierno por no evacuar la ciudad a sabiendas de lo que podía ocurrir, además de otras irresponsabilidades como «abrir fosas comunes, echando allá los muertos sin identificar» o «quedarse con lo mejor de la ayuda internacional». «Dicen que murieron 25.000 personas pero mantengo que fueron 40.000 porque, si no, los números no cuadran», expone. También refiere su peregrinación posterior. Emigraron a Bogotá, a casa de una tía, y regresaron a la comarca doce meses después, a Lérida, donde vivieron en simples carpas sin luz ni agua. A los tres años, y gracias al afán de un popular sacerdote, el padre García Herreros, pudieron hacerse con una humilde casita a cambio de 500 horas de trabajo. Allá sigue residiendo su madre.

Hace nueve años, y por mediación de una hermana, encontró trabajo en León. Se dedicó a la construcción, el sector más atacado por la crisis, y por eso luego quedó en paro. Cuenta con experiencia en ese y otros sectores (también ordeñando en una granja, le gustan los pueblos) y con muchos cursos de enfermería, hostelería y de ayuda a ancianos y enfermos, y hoy busca trabajo, sea el que sea y donde sea. ¿Ponemos el teléfono, Nelson, por si quieren llamarte? «Ponlo: 627352928». «Dios me sacó aquel día del fango, ¡digo yo que también me saque de ésta!».

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