Diario de León

CANTO RODADO

el recuerdo

el mundo es otro desde que ella nació, aunque el pueblo saharaui sigue olvidado en el exilio y españa está en una encrucijada de cambio o inmovilismo

León

Creado:

Actualizado:

Mi madre nos llevaba al cementerio tal día como hoy, con la misma naturalidad que le acompañábamos en verano a recoger espigas de las tierras segadas, o a la ‘manga’ del río a lavar la ropa. Íbamos con ella a trillar, a vendimiar, a la remolacha, al huerto... La más mayor a trabajar como una labradora más, incluso a regar por la noche, y las pequeñas y pequeños, como yo entonces, a enredar.

Entonces, los únicos servicios públicos eran las vecinas, se ayudaban unas a otras como podían, los cadriles de cada una y tía Eloína. Fue impresionante ver y abrazar a algunas de aquellas mujeres, las más jóvenes ya, esperando a mi madre a la puerta del cementerio para recibirla. La película de aquellos días pasaba por mis ojos el jueves en Villaornate, pueblo que adoptó como propio al casarse con aquel joven de ojos verdes con 19 años. Ella nació en San Miguel del Esla, aguas abajo en la provincia de Zamora, en 1933, mes y medio antes de que las mujeres estrenaran el derecho al voto en España. Pese a la humedad y el tufo de las granjas de conejos, sentí el aroma de los bollos y mariquitas recién horneados en la panadería, que aún calentitos, colocábamos en las talegas. Metíamos las manos en la masa y nos chupábamos los dedos. Era víspera de fiesta.

Mariposas en el estómago

A mi madre, Josefa, le encantaban las fiestas. A nuestra casa venían primas y primos más mayores y con frecuencia íbamos a Benavente a ver a su familia, sobre todo por el Corpus, o a la capital en el coche de línea. Sentía mariposas en el estómago al bajar las cuestas de la carretera a Valencia y auténtico miedo al cruzar el puente de Villafer en el 1500 negro o en el Dodge Dar beige del taxista. El temblor de los tablones que tenía por solera era tan angustioso o más que la tierra golpeando los ataúdes cuando asistía a algún entierro. Las criaturas paseábamos por el cementerio con la misma curiosidad que por un bosque. Así vi a mis sobrinos pequeños despidiendo a la abuela Josefa, la que se fue con un viento frío una noche de luna llena, la que luchó contra la adversidad con alegría en sus años jóvenes y con resignación en una ancianidad quebrada por la enfermedad. «Quien canta sus penas espanta», decía. Tenía un refrán para cada momento. Una rima por sabiduría y una oración para dormir a las criaturas, recuperar la salud o algún objeto perdido que encomendaba a San Antonio. Y flores por todas partes. En las ventanas, en los jarrones y en los vestidos. No es raro que se fuera en una barca de flores.

Corazones como portaladas

El jueves sus dos hermanas y su hermano, los tres últimos de la saga de el Moreno, realizaron el viaje que hizo ella cuando se casó en 1952, por la moderna A-66, desde Salamanca y Benavente. Han pasado 42 años desde que salimos de Villaornate, en 1973, cuando ETA asesinó a Carrero Blanco, el Frente Polisario empezó a luchar contra las tropas españolas en el Sáhara (olvidado pueblo saharaui aún en el exilio) y Nino Bravo se mató en un accidente de tráfico. El mundo ha cambiado y España está al borde de una transformación definitiva o su desintegración en el inmovilismo. En Armunia, donde recalamos y nació el más pequeño, conservamos corazones abiertos como portaladas. ¡Qué grandes gentes! Nos socorrieron cuando las llamas devoraron la casa de Vista Alegre en otra mala noche de octubre, víspera de su cumpleaños, y el jueves cantaron el himno a la Virgen del Camino en su funeral.

En el dolor brotan recuerdos y gratitud: A las personas que nos ayudaron a cuidarla (Almudena, personal de la residencia Santo Martino y Mina, como una hermana), a los médicos (Valoria, Mencía, Samos, Ballesteros y especialmente Zorita), a la gran familia salesiana y a cuantas personas nos acompañáis en su último viaje para llevarla junto a sus ancestros, nuestro padre Asterio. No dejará de saludar a los mineros muertos el mismo día, hace dos años, en Santa Lucía. Les dirá: Ahí al lado, en Vega de Gordón, tengo un hijo enterrado, y otro en San Miguel del Camino. Y preguntará por aquella niña... ¿murió o me la robaron?

tracking